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Uno de los grandes orgullos de Catalunya es haber convertido a Sant Jordi en una fiesta universal, una fiesta de la cultura y el amor, del libro y de la rosa, que se vive en la calle, que se comparte sin distinción de edades, o de condición social, que revive tradiciones pero también integra a los que han llegado con la máxima naturalidad y sin distinciones, que se vive en las calles de todo el país, desde Barcelona o cualquier ciudad hasta el pueblo más pequeño, y que hace compatible el espíritu lúdico y el reivindicativo. Se ha convertido en una fiesta universal y también admirada en todo el mundo, y también este año ha sido una gran fiesta ciudadana. Pese a todo, pese al 155, pese a los políticos presos, pese a que no ha habido celebraciones institucionales, pese a que no hay Generalitat, Sant Jordi también ha sido una fiesta que ha estado por encima de las divisiones políticas porque las reivindicaciones y la denuncia de la anómala situación que vivimos han estado presentes en las paradas, en las rosas amarillas, en los libros vendidos sobre el “procés” y en la mayoría de los actos que se han celebrado y la jornada ha sido la mejor demostración del espíritu cívico de la sociedad catalana, una muestra de convivencia y de que la violencia es algo ajeno al sentir catalán.

Sant Jordi siempre ha sido una fiesta política y ciudadana, pero también cultural. Y es un hecho extraordinario que la noticia del día sea la venta de libros, que este año se hayan batido récords aprovechando la circunstancia de que al ser lunes las jornadas de ventas se han extendido al fin de semana, es positivo que se consolide la producción de autores locales y hay que aplaudir que las ventas se multipliquen cada Sant Jordi. Pero como advierten los mismos autores, tampoco hay que convertir la festividad en una competición, en una carrera para ver quien vende o firma más ejemplares, sino que deberíamos aprovechar el impulso mediático de esta jornada para potenciar la industria cultural, para mantener el liderazgo editorial que siempre tuvo Catalunya, para conseguir que, además de venderse, los libros también se lean, para promover el consumo de libros entre las generaciones más jóvenes. En una palabra, para conseguir que todos los días sean Sant Jordi y para trasladar el espíritu con que se vivió esta Diada al conjunto del Estado o más allá.

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