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El socialista que consiguió los peores resultados de la historia de su partido se convertirá hoy en presidente del Gobierno al conseguir que prospere por primera vez en el parlamentarismo español una moción de censura. Hay que atribuirle a Pedro Sánchez la habilidad de estar en el sitio y el momento adecuados e incluso, como le recordó ayer Rajoy, de ser rápido en la presentación de la moción antes de que gente de su partido pudiera frenarla, pero el gran mérito de este relevo histórico hay que atribuírselo al mismo Rajoy. Él y su partido se han cavado su fosa y han conseguido poner de acuerdo a independentistas vascos y catalanes con socialistas y podemistas, han hecho posible que unos y otros obviaran sus notables diferencias, que aparcaran sus diferentes visiones del Estado y que relegaran intereses personales o partidistas. Había una prioridad, una obligación moral, un punto que obligaba a sacrificar cualquier diferencia: la corrupción que ha acompañado la gestión del PP se ha hecho insoportable, la sentencia del caso Gürtel ha marcado un punto de no retorno y todos los partidos, con la excepción de los satélites del PP y Ciudadanos que había quedado fuera de juego con la moción de Sánchez, han coincidido en que la continuidad de Rajoy en la Moncloa era incompatible con el más elemental sentido ético de la política y con las normas más básicas de una democracia. En cualquier país occidental, una sentencia tan demoledora como la del caso Gürtel, que además afectaba a la credibilidad de Rajoy en su testimonio, hubiera provocado la dimisión inmediata del presidente, pero aquí la estrategia del PP ha sido desacreditar a los jueces, reinterpretar la sentencia y considerar que no les afectaba aunque estuvieran condenados sus últimos tesoreros y se estimara probada la existencia de una caja B del partido. El mismo Rajoy comparecía ayer en el Congreso con este argumentario y un tono arrogante y despectivo con su adversario que luego trocó en una ausencia injustificable y vergonzosa de su escaño durante el debate de la tarde en cuanto el PNV anunció su apoyo a la moción que decantaba definitivamente la balanza después de que los independentistas catalanes, ERC y PDeCAT se pronunciaran en el mismo sentido. Quedará para la historia como el presidente que ha provocado la mayor crisis territorial, que nunca ha querido dialogar. Y no le echan ni socialistas, ni independentistas, sino la corrupción.

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