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Después de sortear muchos problemas e incluso tener que aplazar un año su celebración, Tarragona inauguró ayer sus Juegos del Mediterráneo, con 3.622 deportistas de 26 naciones, mil periodistas, 3.500 voluntarios y más de 150.000 espectadores. De entrada, hay que destacar el esfuerzo de la organización, encabezada por el ayuntamiento de Tarragona, para superar todos los obstáculos institucionales, con España sin gobierno durante diez meses y cierto desinterés inicial, una Generalitat intervenida durante once meses y problemas para garantizar la financiación comprometida y los problemas añadidos de una crisis económica sin precedentes y además ser la capital más pequeña en organizar estos Juegos. Pero con mucho esfuerzo, ilusión e imaginación, Tarragona ha sabido recabar patrocinios privados y ajustar presupuestos para que todo esté a punto y además han aprovechado el evento para mejorar sus infraestructuras, reparar la marginación de algunos barrios y completar unos equipamientos que redundarán en beneficio de la ciudad y sus habitantes. Además, la proyección de los Juegos representará un incentivo añadido para el turismo de la zona y para colocar a Tarragona en el mapa mundial, culminando lo que su alcalde ha calificado como una aventura preciosa.

El último escollo a superar ha sido el choque institucional por la presencia del Rey en la ceremonia inaugural y el malestar de la Generalitat que anunció ayer la ruptura de relaciones con la Casa del Rey, aunque el president Torra finalmente no plantó al monarca y decidió asistir al acto. Lo contrario no hubiera sido un desplante al rey, sino a Tarragona, porque el presidente de la Generalitat tiene derecho a asistir a cualquier acto que se celebre en Catalunya y tiene otras formas para expresar su descontento con el rey, compartido por muchos catalanes decepcionados por el discurso de Felipe VI del 3 de octubre. Como ya dijimos, fue insensible con la represión policial y con las víctimas padecida por muchos catalanes y hubiera debido expresarse en otros términos, pero también es evidente que la obligación de la monarquía es defender la Constitución que se vulneraba con la proclamación de la República catalana. Ahora que ha cambiado el Gobierno en Madrid y hay voluntad de diálogo, desde la Generalitat también hay que abrirse a la negociación.

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