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Los relevos en la derecha española se habían hecho hasta ahora por la decisión directa de Fraga, que iba señalando a sus sucesores, o por el cuaderno azul de Aznar en el que apuntaba a su heredero, pero con la marcha de Rajoy a Santa Pola, el PP se ha encontrado con un proceso de primarias al que no estaba acostumbrado y que puede acabar con un congreso más parecido a la guerra de Siria que a las votaciones a la búlgara habituales. De entrada, el proceso ha evidenciado que las cifras de militantes estaban más que hinchadas y los 800.000 militantes de que presumían se han quedado en 66.700 inscritos para votar y solo 58.303 votantes. O cifras falseadas o poco interés o las dos cosas. La segunda lectura es que la gran derrotada es la secretaria general del partido, Dolores de Cospedal, que con 15.090 votos queda fuera de la pugna final, pese al supuesto apoyo del aparato y a contar con el apoyo del deseado Núñez Feijóo, que le ha servido para ganar en Galicia pero no para optar a la presidencia. Queda claro que, como sucedió en el PSOE, los militantes votan por libre al margen de lo que digan los aparatos de los partidos y en el PP han dejado un panorama muy dividido, porque la victoria de Soraya es por apenas 1.600 votos con una victoria apabullante en Andalucía, donde llegó al 54 por ciento, pero una derrota también espectacular en Madrid, donde se queda tercera con un 19 por ciento. Quien ha quedado segundo, Pablo Casado, sale reforzado, porque se cuela en la votación de compromisarios y, si como parece previsible consigue el apoyo de Cospedal, puede ser el triunfador en el congreso, porque ha sabido transmitir a sus compañeros un espíritu de renovación generacional que puede competir con Albert Rivera, su gran rival en la derecha, y por otro lado va vinculado a su condición de “hombre de Aznar”. El gran problema para el PP es que los militantes hayan votado a Soraya y que los compromisarios elijan a Casado, una contradicción que diría poco del respeto a la voluntad de los militantes y mucho de las maniobras del aparato y que evidentemente agudizaría las diferencias personales y territoriales, no las ideológicas que son más bien pocas al margen de la identificación de Soraya con Rajoy y la gestión de gobierno y la de Casado con Aznar y una derecha más dura. Los militantes lo han puesto difícil y si no hay una candidatura única, del congreso saldrá algo más que chispas.

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