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El pasado miércoles presentó en Lleida su informe anual el Observatori del Món Rural con datos significativos sobre una parte tan importante de Catalunya por su extensión que incluye a 32 comarcas, y que por sus densidades de población podríamos considerar la Catalunya vacía. El primer dato a valorar es que se sigue vaciando, que sigue perdiendo población aunque sea a un ritmo menor que el de los años anteriores y así estas 32 comarcas consideradas rurales han perdido 2.789 habitantes en 2017, que es la mitad de los que perdieron el año anterior. Si el dato se trasladara a poblaciones de menos de mil habitantes, probablemente las conclusiones sobre las desertizaciones de nuestros pueblos aún serían más dramáticas, porque es una tendencia constatada que los jóvenes de pueblos pequeños se trasladan a pueblos grandes o directamente a las ciudades. Esto explicaría que en este último año haya aumentado la proporción de jóvenes menores de 35 años en el conjunto de estas comarcas y que también haya aumentado la población extranjera residente en zonas rurales, vinculada fundamentalmente a trabajos del sector agrario y ganadero y que también provoca que los índices de paro sean inferiores a los registrados en las zonas urbanas. Y otro dato a valorar es que hay una percepción de que la calidad de vida es mejor en el ámbito rural, pese a las quejas sobre falta de transporte público y mal acceso a las nuevas tecnologías. Lo curioso es que pese a considerar que hay una mejor calidad de vida, la gente sigue marchando de los pueblos y vuelve cuando llega a la jubilación, provocando el envejecimiento de la edad media y creando la falsa impresión de que el futuro para la juventud pasa por marchar e instalarse en las ciudades, o al menos en capitales de comarca. Desgraciadamente en este país ha habido siempre una subordinación de lo rural hacia lo urbano, creándose estereotipos que comparten amplios sectores de la clase política de que lo urbano es modernidad, mientras que lo rural es antiguo, con las correspondientes traducciones de progresismo e innovación urbanos frente a conservadurismo y tradición rurales. La realidad es bien diferente y si se ofrece igualdad de condiciones, de servicios y de acceso a las nuevas tecnologías puede haber tanta innovación en el campo como en la ciudad. Y si queremos mantener el equilibrio es obligación de los gobernantes propiciar la igualdad de oportunidades.

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