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Es una realidad que los accidentes de tráfico se han incrementado de forma preocupante en los últimos años. Ello nos debe mover a una profunda reflexión, pues se trata de muertos y heridos, con auténticas tragedias para sus familias. Entre las causas de este repunte de la siniestralidad vial se suelen citar la recuperación económica, una deficiente conservación de nuestras carreteras, la creciente antigüedad media de nuestro parque móvil y el incremento de las distracciones al volante a causa, principalmente, del uso indebido de los teléfonos móviles y los navegadores, alcohol y drogas. No podemos olvidar que el factor humano está detrás de la mayoría de estos siniestros. España en su conjunto tenía unas de las peores cifras de siniestralidad en las carreteras europeas en los años 80 y 90 y gracias a una labor de todos, de toda la sociedad, desde las administraciones públicas, a los legisladores, pasando por los propios conductores o víctimas de los accidentes en charlas pedagógicas se mejoraron mucho los índices. Se aprobaron importantes leyes, por unanimidad y consenso de todos los grupos parlamentarios del Congreso –la seguridad vial no tiene ideología– que dieron grandes resultados como el carnet por puntos o la tipificación como delito penal de la alcoholemia y los grandes excesos de velocidad. Pero, en los últimos años los números vuelven a ser alarmantes. Tal vez sea el momento, ante este cambio de tendencia, de pararse y ver qué nuevas modificaciones normativas deben adoptarse para frenar esta sangría. Irresponsabilidad Que el independentismo catalán es un movimiento político y social que tiene en la no violencia a uno de sus estandartes es una premisa que no admite discusión, por mucho que pueda haber descerebrados que no son más que la excepción a la regla. Del mismo modo que tampoco se puede poner en duda que la gran mayoría de catalanes no partidarios de la independencia defienden su posición sin atisbo de agresión al prójimo. Por eso es tan imprudente y peligroso que los líderes políticos inciten actos de confrontación en las calles. La senda a seguir pasa por el diálogo.

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