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Un año más, y ya van siete, más de un millón de catalanes salieron ayer a la calle para seguir exigiendo las cotas de autogobierno y derecho a decidir su futuro que consideran que les corresponden por voluntad de ser y mayoría parlamentaria. Ni el desánimo que podría producir no haber alcanzado los objetivos prometidos por los representantes políticos del soberanismo, ni la frustración derivada de tener consellers y representantes cívicos o parlamentarios en la cárcel o viviendo en diferentes países de Europa, hicieron mella en la movilización del independentismo, que desbordó la Diagonal de Barcelona, en un ambiente festivo, familiar y sobre todo cívico para mostrar al mundo que el pulso con el Estado se mantiene vivo. Sin duda, la excepcionalidad de que la mayoría de representantes públicos que encabezaron hace un año la manifestación del 11 de septiembre estuvieran ayer ausentes por la judicialización del proceso fue el nexo de unión de todos los asistentes, pese a las diferentes velocidades con las que el independentismo afronta ahora el futuro inmediato. En esta tesitura hay que enmarcar también el lazo amarillo que lucía la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en los actos de la mañana y la presencia de representantes de los Comuns en la marcha convocada por la Assemblea Nacional en la capital catalana. Paralelamente, la distensión y las ofertas de diálogo con el Gobierno de Pedro Sánchez fue la otra premisa que condicionó el relato de los líderes de las entidades convocantes, ANC y Òmnium, y de los diferentes partidos políticos, tanto de los soberanistas como de los constitucionalistas, que plantaron los actos por sentirse excluidos de la Diada. Ciudadanos, que lidera la oposición en Catalunya, reitera su demanda de aplicación del 155 por ver un desafío en la hoja de ruta del ejecutivo catalán, mientras el PSC, pese a que tampoco fue ni a la Diagonal ni a los actos institucionales, mantiene una postura moderada a la espera que desde Madrid y la Generalitat puedan acordar pactos que, sin vencedores ni vencidos, permitan a la ciudadanía catalana decidir en las urnas su futuro. Desde el independentismo se duda de que las proposiciones que se puedan pactar incluyan un referéndum de autodeterminación vinculante, pero se mantiene abierta la puerta de la esperanza de que más pronto o más tarde la política se imponga, por el bien de todos.

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