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El primer aniversario del 1-O se conmemora este fin de semana con decenas de actos en diferentes municipios, organizados por los propios ayuntamientos o por entidades. Y mañana habrá nuevas movilizaciones en la calle, principalmente manifestaciones por la tarde, aunque previamente también habrá otras de estudiantes. Todas las personas que de una manera u otra participaron en el referéndum independentista hace un año mantienen muy vivo el recuerdo de esa jornada, marcada por la violencia de las cargas policiales en diversos colegios electorales de Lleida y del resto de Catalunya, tal como damos cuenta en nuestra edición de hoy. Pero al margen de recuerdos, movilizaciones o críticas –en el caso de los que censuran esta consulta– este aniversario debería servir para que los representantes institucionales y políticos de los dos bandos aprendieran de lo sucedido para corregir errores e intentar buscar una vía de salida al conflicto. Está claro que la estrategia adoptada en su día por el Gobierno del PP ante la convocatoria del referéndum, basada en la represión policial, es un gran error desde la perspectiva del Estado, porque ha reforzado la determinación de los independentistas y ha dado una pésima imagen en el resto del mundo. También ha sido un error la judicialización de lo que es una cuestión política, agravado además porque los jueces están haciendo uso de los mecanismos que les otorga su condición de poder del Estado para interpretar la ley de la forma más severa posible, con prisiones preventivas de líderes independentistas e imputaciones de delitos que se justifican más por razones políticas que legales, como ratifican las decisiones adoptadas por magistrados de otros países desestimando aplicar euroórdenes dictadas contra los procesados que optaron por irse de España. Pero el independentismo también debe reconocer que la vía unilateral es un camino sin salida si no hay ningún apoyo exterior. El propio Carles Puigdemont reconoció el viernes que la UE le ha dado la espalda. De hecho, solo ha recibido el respaldo de determinados partidos independentistas de otros países. El problema es que para extraer lecciones hay que estar dispuesto a la autocrítica, y más allá de un cierto cambio de actitud que ha supuesto el Gobierno del PSOE entre los partidos que apoyaron el 155 y los pronunciamientos de algunos dirigentes independentistas, esta brilla por su ausencia en ambos bandos.

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