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Quim Torra accedió a la presidencia de la Generalitat asumiendo su condición de interino y su carácter de presidente vicario de Carles Puigdemont, que en su opinión era quien ostentaba la legitimidad del cargo, pero ejercer el liderazgo a distancia es complicado y más en el actual panorama político catalán. El resultado es que en la gestión de Torra, y en esto han coincidido sectores independentistas y también los españolistas, cada día hay más distancia entre sus palabras, más propias de un activista que de un estadista, y los hechos, la gestión diaria del gobierno y la representación institucional. Así nos hemos encontrado con que el presidente de la Generalitat saluda y anima a los acampados en la plaza de Sant Jaume por la mañana y por la tarde su gobierno ordena su disolución, o con que pide a los comités de defensa de la república que aprieten, porque hacen bien en apretar, y por la tarde intentan asaltar el Parlament. Ha llegado a la paradoja de jalear a quienes piden su dimisión y la de su conseller de Interior a costa de dejar desautorizados y hasta desamparados a los Mossos, que están bajo su mando, y de provocar un desmarque de Puigdemont rechazando cualquier actuación violenta. El último episodio de esta divergencia ha sido su intervención en el debate sobre política general lanzando un ultimátum al gobierno de Sánchez si no convocaba un referéndum antes de noviembre sin contar con la opinión de sus socios parlamentarios, ni con los de su propio grupo. Unos no entendían por qué volvía a la pantalla del referéndum con lo cual venía a negar validez al 1-O y otros simplemente advertían que las decisiones de su grupo en Madrid no las tomaba Torra con el resultado de que el presidente de la Generalitat ha quedado desautorizado, ha tenido que retirar su ultimátum y se ha limitado a pedir una entrevista con Sánchez, al tiempo que enviaba cartas a otros mandatarios internacionales para pedir apoyos al referéndum. Todo un papelón que cuestiona seriamente ya no solo la capacidad de liderazgo de Torra, que ha quedado en entredicho, sino la misma estabilidad del Gobierno que encabeza, con disensiones abiertas que se plasmaron en la incapacidad de llegar a un acuerdo en el Parlament sobre los diputados suspendidos y que forzaron la suspensión del pleno de ayer y discrepancias sobre la estrategia a seguir de ahora en adelante con el “procés”.

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