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Una sola denuncia de violación ya tendría que ser motivo de alarma en el ámbito en que se produce, pero que estas agresiones sexuales aumenten de una forma escalofriante demuestra que vivimos en una sociedad en la que fallan resortes y que dista muchísimo de considerarse avanzada. Este preámbulo viene a colación de los fríos datos publicados esta semana por el ministerio del Interior, que reflejan que en las comarcas de Lleida, y solo en los primeros nueve meses del año, se denunciaron un total de 22 violaciones, casi la mitad en la capital. Pero ahí no acaba la cosa, sino que estas agresiones se incluyen en el conjunto de 119 delitos sexuales que constan en los archivos policiales correspondientes al mismo periodo de tiempo. Ambas cifras suponen un salto cuantitativo respecto a los mismos meses de 2017, cuando se denunciaron 17 violaciones, y ponen en evidencia, por enésima vez, la falta de respeto al sexo femenino, que podría parecer de épocas pasadas pero que, por desgracia, aún es totalmente vigente.

Prueba de ello son, por ejemplo, dos sentencias que han trascendido en los últimos días. La primera de ellas, dictada por la Audiencia de Valencia, condena a solo dos años de cárcel y 900 euros de multa a un hombre por haber agredido sexualmente y apalizado durante dos horas a una joven de 25 años tras negarse esta a mantener relaciones con él, que era su jefe. Los más sorprendente del fallo es que reconoce que la pena es leve, ya que la mujer fue actriz en su etapa escolar, con lo que podía haber “dramatizado” su relato. Pero si esta decisión judicial puede parecer fruto de la ciencia ficción, más asombrosa ha sido la absolución de un irlandés acusado de violar a una joven de 17 años con el peregrino argumento de que ella llevaba un tanga, sentencia que ha provocado una oleada de indignación, tanto en aquel país como en las redes sociales, mostrando esta pieza de ropa interior e incidiendo en que la manera de vestir de modo alguno puede relacionarse con las agresiones sexuales. Estos dos ejemplos de impunidad o de castigos leves, a los que cabría añadir fallos judiciales como los de La Manada, evidencian que queda mucho camino por recorrer, y más que para lograr una igualdad de género, simplemente para que las mujeres tengan sus derechos.

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