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Hace unos días fue el presidente del Parlament quien tuvo que llamar al orden a los portavoces para reclamar que no convirtieran la cámara en una bronca permanente y ayer fue el Congreso de los Diputados el escenario de un episodio vergonzoso que se saldó con la expulsión de Gabriel Rufián, al que acompañaron los diputados de su grupo, después de un cruce de descalificaciones con el ministro Borrell, que posteriormente acusó a un diputado de ERC de haberle escupido, algo que negaron rotundamente los aludidos, que le tildaron de mentiroso. No deberíamos escandalizarnos de que en las cámaras parlamentarias hubiera debate o que se intercambiaran críticas, pero sí que hay que condenar que algunos quieran convertirlas en un cenagal donde se falta al más elemental respeto y en el que se insulta impunemente. De un tiempo a esta parte se han escuchado en las cámaras retos a verse en la calle después del pleno, se han convertido en casi habituales insultos como fascistas o golpistas, con un lenguaje y un estilo más propio de las tabernas peor encaradas que de los depositarios de la soberanía popular. Y lo malo es que quienes protagonizan estas escenas lo hacen pensando que consiguen más popularidad, que responden a lo que quieren sus votantes y que expresan el sentimiento o el cabreo de parte de la ciudadanía. Sí que consiguen sus minutos de gloria en las redes o en los medios, pero desprestigiando una institución que teóricamente está para resolver los problemas del país y no para crear polémicas estériles que avergüenzan a los patios de colegio, con los que erróneamente se intenta comparar. En el triste episodio de ayer, Rufián preguntó a Borrell con su peculiar estilo y el ministro, que también es fácil de gatillo, entró al trapo con una respuesta en la que mezclaba el “estiércol y el serrín” que en su opinión deja el diputado republicano y se montó el lío, zanjado por la presidenta con la expulsión de Rufián por sus aspavientos ante la réplica del ministro y rematado por el supuesto escupitajo, que en las cámaras no queda recogido, de un diputado de ERC al pasar por delante de Borrell. Los dos estuvieron desafortunados, pero después del incidente, lo de menos ya es la pregunta que se formulaba o la respuesta, porque lo que ha llegado a los ciudadanos es la bronca, los insultos y las descalificaciones. Y con eso quien sale perdiendo es el Congreso y la misma democracia.

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