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Fue una jornada triste, la de hace un año, cuando técnicos de la DGA y agentes de la Guardia Civil se llevaron del Museu de Lleida 44 obras que reclamaban con nocturnidad y prisas, y todavía no se ha disipado en Lleida el sentimiento de rabia e impotencia con que se hizo un traslado tan precipitado como injusto al amparo del artículo 155 que estaba en vigor. No fue ningún “hito memorable”, como aseguraba ayer el presidente de Aragón, Javier Lambán, porque fue un ejercicio de fuerza con los guardias civiles pertrechados y ocupando el museo como muestra el libro publicado ayer, porque se cumplía una orden de “ejecución provisional” de una resolución de un juzgado de Huesca sin esperar a que las sentencias judiciales fueran firmes –aún no lo son porque hay pendientes recursos ante el Supremo– y, sobre todo, porque vivíamos un momento de total indefensión de los intereses de Lleida y su Museu con la Generalitat intervenida y el ministro de Cultura asumiendo las funciones de conseller y presidiendo, en consecuencia, el consorcio del Museu. Aunque sirva de poco insistir, sí hay que recordarle al presidente de Aragón que cuando se llevaron las obras de arte la Generalitat estaba intervenida por el artículo 155, que el consorcio no se pudo reunir y que se aprovecharon de esta indefensión para agravar un conflicto que todavía está en los juzgados, pero que ha sido utilizado para azuzar el anticatalanismo que, por lo visto, les da buenos resultados electorales. Pero al margen de los recursos judiciales pendientes y de la mezquindad política de aprovecharse del 155, el traslado fue un agravio a los ciudadanos de Lleida que defendían su Museu y las obras que habían preservado y restaurado, y que vieron como el despliegue policial permitía el expolio nocturno y apresurado. Y, sobre todo, este traslado representa un fracaso de las vías de entendimiento, diálogo y convivencia, que han marcado desde siempre las relaciones entre vecinos y que siguen existiendo a nivel de calle o de pueblo, pero que lamentablemente se han quebrado entre instituciones. Hubo múltiples oportunidades para llegar a acuerdos satisfactorios sobre el arte de Sigena o sobre los bienes procedentes de las parroquias de la Franja que aún siguen sin alcanzarse, pero siempre pesaron más los intereses partidistas o localistas por las dos partes que la voluntad de estrechar lazos y fórmulas de colaboración. Y esto tampoco es ningún “hito memorable”.

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