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No fue un día normal, porque no podía serlo con las movilizaciones convocadas, pero tampoco fue una jornada revolucionaria como pretendían verlo desde Madrid, tras la visión catastrofista de la prensa de la capital que hablaba de rendición o claudicación tras la entrevista Sánchez-Torra, porque salvo excepciones y cortes de tráfico más centrados en Barcelona que en la periferia, las fuerzas de seguridad mantuvieron el orden, los incidentes fueron aislados y la normalidad presidió la vida ciudadana. El Consejo de Ministros se reunió en Barcelona entre fuertes medidas de seguridad y Sánchez pudo hacerse la foto paseando entre su hotel y la Llotja y se aprobaron medidas que pretendían ser gestos positivos como la subida del salario mínimo o más dirigidos a Catalunya como el rechazo a la condena a muerte del president Companys o el bautizo del aeropuerto de El Prat como Josep Tarradellas, que han sido considerados como meramente estéticos por parte de la Generalitat. Pero los gestos no paralizaron las protestas, que ciertamente tampoco tuvieron la resonancia de otras movilizaciones ni paralizaron el país, porque hay un sentimiento de crispación y hasta rabia por la situación excepcional que estamos viviendo pendientes de un juicio con presos y exiliados y también porque hay sectores partidarios de radicalizar la situación. Hubo detenidos y heridos y esto no es bueno para nadie, pero también hay que destacar que los mismos manifestantes frenaban a quienes lanzaban vallas o buscaban choques directos y que son difíciles de controlar en manifestaciones políticas o en movilizaciones deportivas. En cualquier caso, como han repetido los mismos dirigentes presos, sobran encapuchados y con actuaciones violentas no solo no se ensancha la base sino que se pierde el fundamento del soberanismo. Y además se dan argumentos a quienes cargan las tintas desde Madrid con referencias a la guerra civil, a traiciones o rendimientos y esperan cualquier excusa para reclamar la aplicación otra vez del artículo 155 y la suspensión de la autonomía como lleva reclamando desde hace meses la derecha española. Con Sánchez hay una posibilidad de diálogo y así se plasmó el jueves en la reunión de Pedralbes y en los compromisos para mantenerlo en el futuro, mientras que Casado o Rivera manejan un vocabulario en el que no cabe más que la mano dura. Y para muchos catalanes, no es lo mismo uno que otros.

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