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Un total de 11.194 catalanes, 580 de ellos de Lleida, han fallecido en los últimos cinco años mientras esperaban recibir una ayuda de la Dependencia. Así lo reflejan los datos oficiales de la conselleria de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias publicados ayer por SEGRE. La conselleria destaca que un 54% de los que solicitan una ayuda tienen más de 80 años. Es verdad también que la gran mayoría de los que lo hacen tienen una condición física muy precaria, pero ello no es óbice para concluir que estos datos suponen un fracaso para la administración y para la sociedad en general, porque se trata de prestaciones destinadas a uno de sus colectivos más frágiles. Al respecto, otra cifra que resulta ilustrativa es que hay 1.553 leridanos para los que se está tramitando el Programa Individual de Atención, que determina el tipo de ayuda a percibir y, de ellos, en un 78% de los casos se ha superado el plazo de tres meses en el que debería estar resuelto el expediente.

La ley de Dependencia fue aprobada por el Congreso de los Diputados a finales de 2006, justo en el momento más álgido del boom económico. Fue anunciada como el cuarto pilar del estado del bienestar, junto con educación, sanidad y pensiones, pero su despliegue coincidió con el estallido de la crisis. Los recortes presupuestarios asociados a la recesión provocaron dificultades de financiación desde el principio, que lastraron tanto el volumen de prestaciones previstas como su tramitación. Así que este “cuarto pilar” siempre ha sido mucho menos sólido de lo previsto. Otro dato ilustrativo de esta realidad es que también hay más de 1.100 leridanos valorados como dependientes del Grado III (son los que necesitan asistencia permanente porque han perdido completamente su autonomía) que están en lista de espera para ingresar en una residencia. Hay que concluir que el desarrollo efectivo de la ley de Dependencia es otro síntoma que evidencia de forma manifiesta cuáles han sido los efectos de la crisis y del nuevo orden económico que ha generado: parte de la clase media se ha empobrecido y el estado del bienestar se ha desvencijado y amenaza con descuadernarse definitivamente si la coyuntura vuelve a empeorar. Y todo esto mientras una ínfima minoría acapara cada vez más el grueso de la riqueza global.

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