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Nos acercamos a una temporada de alta tensión electoral y, por mandato constitucional, el instrumento para la participación política son los partidos como expresión del pluralismo y como vía para la concurrencia en la formación y manifestación de la voluntad popular. Es lo que recoge el artículo 6 de la Constitución y la norma que impera en la mayoría de democracias parlamentarias, con más o menos elasticidad para aceptar coaliciones, agrupaciones de ciudadanos o plataformas cívicas que también pueden concurrir a las elecciones cumpliendo unos determinados requisitos, pero, en principio, los mismos constitucionalistas han llegado a acuñar la expresión de que “hoy en día todo Estado democrático es un Estado de partidos”. Y son los partidos los que disfrutan de determinados privilegios frente a otras asociaciones como ayudas financieras en función de los votos recibidos y de los escaños obtenidos o presencia gratuita en los medios de comunicación públicos, lo que acaba provocando que asociaciones o coaliciones de independientes acaben convirtiéndose en partidos para aprovechar estas ventajas. Pero este desideratum de que los partidos sean los cauces de participación choca con la realidad de las cifras y que según sus propios datos solo uno de cada cien leridanos está afiliado a alguna formación política, con una proporción aún menor en Catalunya, según los datos del Observatori dels partits de la Universitat Pompeu Fabra. Esta minoría es quien decide quienes son los candidatos a las diferentes instituciones, cuáles son las propuestas programáticas y hasta qué decisiones adoptan los gobiernos a los que acceden, aunque a la vista de esta baja militancia generalizada en toda Europa la mayoría de partidos haya buscado fórmulas de adhesión complementaria como los simpatizantes, los adheridos o los colaboradores, que en algunos casos han tenido relativo éxito aunque la proporción sobre el conjunto de la sociedad sigue siendo baja. Por mandato constitucional, los partidos deben tener un funcionamiento democrático y transparente, pero los teóricos destacan que son los militantes sin cargos los que demandan más democracia interna, mientras que generalizando son las direcciones las más reacias a los cambios y, ahora que entramos en campaña, resaltamos que los partidos engrasan su maquinaria electoral porque tal vez su primer objetivo ya es ganar elecciones y no tanto ser cauce de participación.

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