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Con los casos de abusos sexuales y pederastia convertida en plaga extendida por todo el mundo, la Iglesia católica se enfrenta a la crisis de más envergadura de los últimos siglos, que compromete seriamente su credibilidad y su misión. Los casos denunciados y probados se extienden por toda la geografía y por la mayoría de estamentos y órdenes religiosas y van de Irlanda a Australia, pasando por Boston o por Montserrat, y en muchísimos casos han encontrado la cobertura o el silencio cómplice de los responsables eclesiásticos que conocían los abusos, pero callaban o intentaban taparlos. El papa Francisco es consciente de la gravedad del problema y está dispuesto a afrontarlo de raíz con medidas concretas, pero no basta con su buena intención porque el propósito de enmienda ha de ser colectivo y de todos los miembros de la Iglesia y debe llegar después de la confesión de los pecados y el subsiguiente arrepentimiento. No está claro que se hayan dado estos dos pasos porque Albert Solé, el director del documental Examen de conciencia que ha desvelado los abusos en Montserrat, explica cómo hay un manual de encubrimiento sistemático, con intimidación a las víctimas o testigos, apartamiento del abusador cuando hay muchas denuncias a un retiro espiritual o un cargo apartado y nunca llevarlo ante la justicia aunque las víctimas hayan sido menores. Desgraciadamente no han salido a la luz todos los casos registrados porque sigue habiendo temor al poder de la Iglesia y sus representantes, y por esto tiene especial valor que el papa pida a los obispos que “oigan el grito de los pequeños que piden justicia”, pero esta petición tiene que trasladarse hasta el último rincón de la última parroquia para evitar que se pueda generalizar y que paguen justos por pecadores. Pero si quiere reformarse verdaderamente, la Iglesia también tiene que ser radical y apartar a quienes hayan cometido abusos, llevarlos ante la justicia ordinaria y que respondan de sus desmanes, no justificarlos por “un mal momento” y sobre todo apoyar a las víctimas y no criminalizarlas después del sufrimiento que han padecido. Para una buena confesión, la misma Iglesia nos enseña que tiene que haber reconocimiento de todos los pecados, algo que aún no ha llegado, y arrepentimiento sincero y profundo, antes del propósito de enmienda que debe ir acompañado del cumplimiento de la penitencia. Pero desde el papa hasta el último monje.

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