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Miles de ciudadanos se manifestaron este domingo en Madrid para expresar la protesta de la “España vaciada”, quejarse de su discriminación y reclamar medidas contra la despoblación. Son provincias abandonadas, con una densidad de población casi desértica, con pueblos que se caen y una elevada media de edad que solo se convierten en noticia cuando llegan las elecciones y los partidos perdedores se quejan de la supuesta sobrerepresentación de estas provincias donde salir diputado exige menos votos que en las más pobladas y supuestamente cosmopolitas. Es la España rural, vaciada y olvidada frente a la España urbana, poblada y que marca las políticas a seguir, algo que vale para todos los partidos del arco parlamentario que saben dónde tienen sus votos. Y aunque no hubiera representación específica en la manifestación del domingo, también sería bueno que habláramos de la Catalunya vaciada, que también existe, de la despoblación que padecemos en buena parte de las comarcas leridanas y del interior de Tarragona, de la baja densidad de población, del envejecimiento de quienes resisten y sobre todo de la falta de políticas proactivas para revertir la despoblación, para crear riqueza en el ámbito rural, para incentivar medios de vida, para garantizar los servicios básicos y, en una palabra, para garantizar la igualdad de oportunidades entre la Catalunya urbana y la Catalunya rural. Conviene que recordemos que solo en Lleida hay 197 núcleos de población deshabitados, un centenar más que hace ocho años, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, y que los veinte pueblos más despoblados de la provincia apenas suman 1.837 vecinos entre todos, con lo que su supervivencia parece seriamente amenazada con una media de edad avanzada y escuelas cerradas. Y estamos hablando tanto de pueblos de montaña, en los Pallars, como en Les Garrigues o La Segarra porque es un problema de toda la provincia, que también es aplicable a las comarcas interiores de Tarragona, sin que los partidos presenten propuestas concretas de dinamización ni políticas alternativas. A muchos ya les va bien la despoblación, porque es más fácil construir vertederos si no hay vecinos que se opongan, y otros se conforman con que nos quedemos unos cuantos para mantener la despensa llena o bien hacer de jardineros, y así puedan encontrar el paisaje a su gusto cuando llegan los de la capital a pasar el fin de semana.

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