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Más allá de las cifras del balance que presenten libreros y floristas e incluso de la complicada meteorología, las calles de pueblos y ciudades catalanas ofrecían ayer el maravilloso espectáculo en el que los libros y las rosas se imponían al calendario, a la sempiterna campaña electoral y a la posible resaca de la Semana Santa. Ha sido un Sant Jordi atípico por las coincidencias, pero en el que se han mantenido las señas de identidad de una festividad que, como se ha repetido en todos los foros, es única por sus características, por su vinculación por la cultura y sobre todo por su arraigo entre la ciudadanía, que le permite superar cualquier tipo de competencia, sea política o de calendario, y las posibles contingencias en forma de lluvia o mal tiempo. Es la demostración de que la fiesta de Sant Jordi, y todo lo que significa en Catalunya, goza de excelente salud, que la tradición del libro y la rosa se mantiene incólume y con más fortaleza que nunca y que es un motivo de orgullo para todos los catalanes que la celebración del amor y la cultura se imponga a las campañas electorales, a las vicisitudes políticas y a las ofertas de ocio y turismo que acompañan a la Semana Santa. En esta ocasión, el sector editorial ha conseguido hacer de la necesidad virtud y ha sabido extender el espíritu de Sant Jordi a toda la Semana Santa, de forma que las ventas se han repartido en todo el ciclo festivo hasta alcanzar el 70 por ciento de facturación durante estos días festivos en una forma de extender la Diada a toda la semana y es muy positivo que las ventas de libros no se reduzcan a una fecha, que concentraba la mayor facturación del año, y puedan extenderse a lo largo de todo el ciclo. Y también es positivo que en la jornada de ayer los libros y las rosas adquieran más protagonismo que los discursos de los políticos por más que estemos en una de las campañas más trascendentales de los últimos años. Hemos celebrado un Sant Jordi entre los dos debates de los candidatos a presidir el Gobierno español después de una Semana Santa con una campaña que hasta ahora ha tenido un perfil bajo y al margen del éxito de ventas de los libros referidos al Procés, la festividad no se ha visto afectada en lo más mínimo por esta campaña electoral y es un signo de madurez de nuestra sociedad que, a pesar del alto número de indecisos que reflejan las encuestas, no deja que la propaganda electoral altere la normalidad de las celebraciones tradicionales.

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