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Dos meses después de las elecciones generales y con los ayuntamientos ya constituidos tras pactos de todos los colores, toca abordar la investidura del presidente del Gobierno, que a estas alturas parece más complicada que después de las votaciones porque las negociaciones primero se estancaron durante la campaña de las municipales y ahora se resienten de las alianzas municipales. Para acabarlo de complicar tampoco avanza la negociación de Sánchez con el que en principio parecía su aliado más natural, Podemos, por la resistencia del socialista a conceder ministerios a los podemitas pese a la insistencia de Pablo Iglesias en reclamarlos. Cabe suponer que este acuerdo acabará fraguando pero no es suficiente para conseguir la investidura y aquí se abren las incógnitas porque el PSOE parece decidido a convocar el pleno aunque no tenga los apoyos necesarios. Es una forma de inyectar presión para conseguir alguna abstención que favorezca la investidura, pero también puede frustrarse la operación y arriesgarse a un fracaso de Sánchez. Desde el PP ya han asegurado su voto en contra y ha hecho lo mismo Ciudadanos, pero ya han surgido voces incluso dentro del mismo partido que han apelado al espíritu institucional para garantizar la gobernabilidad del país y evitar que Sánchez dependa del apoyo de los diputados de ERC, que en la última comparecencia de Rufián se mostraron dispuestos a negociar. Está garantizado el apoyo del PNV, fortalecido por el pacto alcanzado ayer en el Parlamento de Navarra, que facilitó la presidencia de la cámara a Geroa Bai, la presencia en la Mesa de Bildu y la posible presidencia de los socialistas, pero también conlleva la pérdida del apoyo de los dos diputados de UPN. A los socialistas no les gusta mantenerse en La Moncloa con el respaldo de diputados independentistas, pero dando por hecho el apoyo de Podemos, si no consigue la abstención de Ciudadanos es la única opción que les quedará. Se repite la historia de cuando Rajoy le pidió lo mismo al PSOE y acabó costándole el cargo a Pedro Sánchez, aferrado a su “no es no”, con protagonistas invertidos y la amenaza de unas segundas elecciones que nadie quiere, pero sobre las que ya se hacen sondeos que auguran un fortalecimiento de las posiciones del PSOE y del PP a costa de Ciudadanos y Podemos, mientras los independentistas seguirían igual. Esto lo saben todos y también es una forma de presionar.

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