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El desfiladero de Mont-rebei tuvo el año pasado unos 200.000 visitantes y se ha convertido tanto desde la orilla aragonesa como la catalana en un destino preferente por su belleza natural y por lo atractivo de recorrerlo andando o por la vía fluvial. El camino tradicional siempre había tenido visitantes pero desde la inauguración de las espectaculares pasarelas hace ya seis años, el número de turistas ha ido creciendo batiendo récords cada año, pero también han llegado los problemas de masificación con aparcamientos desbordados especialmente en la parte catalana, desprendimientos en la carretera de acceso por Sant Esteve de la Sarga e incluso tuvo que ser clausurada la pasarela que une las dos orillas por problemas de seguridad. Es evidente que cuando aumenta la afluencia de público, también se multiplica el impacto a todos los niveles: paisajístico, social, económico y de seguridad y hay que buscar el equilibrio entre la promoción turística, porque es una forma de dinamizar económicamente la zona, y las garantías para preservar este patrimonio natural con los niveles adecuados de seguridad en caso de accidentes. Algo que parece de sentido común se complica por la existencia de dos administraciones con normativas diferentes en cuestiones como los usos turísticos, las posibles restricciones de acceso e incluso la navegación fluvial, que hasta ahora las han aplicado en sus respectivas comunidades sin que hubiera un ente coordinador. Afortunadamente hay buena voluntad por las dos partes, con excelente relación entre las dos diputaciones, y ayer se concretó la intención de elaborar una regulación conjunta de los usos y aprovechamientos turísticos y reclamar también a la Confederación Hidrográfica del Ebro un consenso en torno a las cuestiones fluviales, en las que Aragón y Catalunya tienen leyes dispares, como los posibles embarcaderos, la lámina de agua que debe fluir o incluso las normas de navegación para piraguas o catamaranes. La comisión de trabajo creada propondrá las medidas y probablemente será necesario introducir alguna restricción a los accesos, como ya sucede por ejemplo en los parques nacionales, para evitar que la masificación acabe por deteriorar el atractivo natural del congosto o por crear problemas de seguridad. En esta ocasión, el éxito obliga a tomar medidas preventivas para evitar que la masificación y la falta de regulación acaben por matar la gallina de los huevos de oro.

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