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La penosa odisea del Open Arms, el barco de la ONG catalana que lleva 17 días esperando a que Italia le permita atracar en el puerto de Lampedusa para que puedan desembarcar los migrantes que rescató en el Mediterráneo, parece lejos de llegar a su fin. La situación parecía haber desencallado hace tres días, cuando la Unión Europea anunció que seis países, entre ellos España, habían aceptado acoger a estas personas. Sin embargo, para ello es necesario que el barco pueda atracar y el ministro de Interior italiano, el ultra Matteo Salvini, sigue en sus trece y el sábado solo permitió, subrayando que lo hacía en contra de su voluntad, el desembarco de 27 menores no acompañados. Así que a bordo todavía quedaban hacinados 107 migrantes, cuatro de los cuales, presa de la desesperación, se lanzaron ayer al agua para intentar llegar a nado a Lampedusa. Mientras, España ofreció el puerto de Algeciras como punto de acogida, pero la ONG lo rechazó porque este destino implica seis días de navegación. Al margen del drama humano y la mezquindad de políticos como Salvini, este tristísimo episodio revela de nuevo la debilidad de la UE, cada vez más erosionada por su propia inoperancia, por el Brexit y por el ascenso del populismo nacionalista en diversos países, como Polonia, Hungría (en ambos detenta el gobierno), Italia, Francia, Austria y, en menor medida, en varios más, entre ellos España a través de Vox. Presentar la acogida de los migrantes rescatados en el Mediterráneo como un peligro para Europa, como hacen Salvini y otros políticos que recurren a la xenofobia y al discurso del miedo para ganar votos, es una sinrazón. Es más, muchos expertos advierten de que un continente cada vez más envejecido como Europa necesita mano de obra procedente de otros países. También sería un error caer en el extremo contrario y hacer bandera de que aquí cabemos todos de cualquier manera. Al respecto, solo hay que ver los problemas que está generando en Catalunya la atención de los menores no acompañados, los denominados menas. Por eso, la mejor solución sería que todos los países actuaran conjuntamente a través de la UE, tanto para coordinar la acogida de los recién llegados como para impulsar políticas de desarrollo que mitiguen la pobreza en sus países de origen. Es lo que dicta el sentido común, pero por desgracia esta es una cualidad en vías de extinción entre los dirigentes internacionales.

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