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Hace semanas que los expertos hablan de síntomas de una desaceleración económica que puede desembocar en una nueva recesión y así se ha ralentizado la economía china, se ha contraído el PIB alemán, donde también ha crecido el paro, y hay riesgo de que el motor europeo entre en recesión técnica en el nuevo trimestre, el comercio norteamericano se resiente de las guerras comerciales y Trump se queja de tipos altos, y grandes empresas del sector del automóvil o de las comunicaciones anuncian drásticas reducciones de plantilla. Y para rematar un panorama incierto especialmente en Europa, el Brexit y la irrupción de Boris Johnson han multiplicado la zozobra en los mercados. Son suficientes razones para justificar la ofensiva aprobada por el Banco Central Europeo en la despedida de Mario Draghi con una batería de medidas que pretenden estimular la economía, combatir la política de austeridad, que preconiza Alemania y que no está funcionando, y ahuyentar el fantasma de la recesión. El BCE mantiene el precio del dinero en su mínimo histórico del cero por ciento, pero penalizará a los bancos que dejan sus fondos inactivos con la ampliación del tipo negativo, y en una medida más importante aún recupera el programa de compra de deuda que había aparcado hace nueve meses con una dotación de 20.000 millones de euros al mes y sin fecha de caducidad y también aplaza sine die cualquier posible subida de tipos. Se aparca la obsesión por frenar la inflación que había marcado las actuaciones de la mayoría de bancos centrales y se apuesta por la inyección de dinero para intentar reactivar la economía aunque suponga un perjuicio para los ahorradores. ¿Será suficiente para ahuyentar el fantasma de la recesión y una nueva crisis económica? Nadie lo puede asegurar, pero al menos Draghi está haciendo lo que toca con las medidas de estímulo, aunque, como reconocen desde el mismo BCE, la política monetaria en solitario no puede obrar milagros y los críticos recuerdan que lleva ocho años inyectando dinero sin grandes resultados. Pero sería hora de que actuaran en la misma línea las políticas presupuestarias, las comerciales, las fiscales y hasta las laborales de los diferentes gobiernos, algo que se antoja imposible a la vista de las discrepancias existentes y que problemas tan graves como el Brexit o las guerras comerciales de Estados Unidos siguen dependiendo de factores tan imprevisibles como Trump o Johnson.

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