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EDITORIAL

¿Regreso al Pirineo de los años sesenta?

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Pedra de tartera, el primer libro de Maria Barbal, es un auténtico long seller de la literatura catalana que sigue vigente después de más de treinta años. A través del personaje de Conxa, Barbal describe la brutal represión que el primer franquismo ejerció sobre el Pirineo, pero también cómo la posguerra solo fue el principio del fin, ya que se fueron cerrando casas y vaciando pueblos en los años sesenta. El turismo daría una segunda vida a las comarcas de montaña, pero el fantasma de la despoblación vuelve a planear sobre la demarcación. De norte a sur. En conjunto, la provincia ha ganado 76.410 habitantes desde 1996, sobre todo gracias al fenómeno migratorio, pero lo ha hecho de forma muy irregular. Todas las capitales de comarca han ganado vecinos, pero los pueblos pequeños han perdido población. En algunos casos, de forma alarmante. Si en los años sesenta las malas comunicaciones jugaron un papel muy importante a la hora de sentenciar pueblos, en pleno siglo XXI son los servicios. Un instituto o un CAP pueden inclinar la balanza a la hora de que una pareja joven decida establecerse en el mundo rural. Esta tendencia se acentúa, sobre todo, entre la población migrante, que al no tener lazos familiares en el núcleo pequeño, prefiere instalarse donde está el trabajo, las escuelas o los servicios médicos. Así las cosas, la radiografía demográfica de las comarcas de Lleida muestra cómo los grandes núcleos de población crecen mientras que 127 municipios ven amenazado su futuro tras perder a 7.462 vecinos. La comarca de Les Garrigues ejemplifica esta tendencia. Mientras que la capital, Les Borges Blanques, y Juneda han crecido de manera clara, el resto de municipios han perdido población. De hecho, es la única comarca con crecimiento negativo y un 25% de sus habitantes tienen 65 años o más. Es un pez que se muerde la cola. Los servicios atraen a nuevos vecinos y la falta de contribuyentes frena las inversiones. Con el desequilibrio territorial como un problema enquistado en Catalunya, el modelo se extrapola ahora al interior. Después del éxodo de los años sesenta, el Pirineo se llenó de pueblos fantasma. Las casas desvencijadas, la vegetación adueñándose de lo que un día fueron calles llenas de vida, han inspirado mucha literatura, pero segundas partes nunca fueron buenas, a excepción del Quijote. Habrá que tomar nota de los errores de hace medio siglo para no volver a repetirlos.

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