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Catalunya vivió ayer movilizaciones sin precedentes con una Barcelona colapsada por la llegada de las “marchas por la libertad” y manifestaciones en las principales ciudades con una marcha en Lleida que puede calificarse de histórica y sin precedentes por el número de asistentes, 30.000, según la Guardia Urbana, y 45.000, según los convocantes, y el ambiente familiar, pacífico y reivindicativo. Fue la respuesta cívica de la calle a una sentencia dura y la culminación de la jornada de huelga convocada para defender las libertades y reclamar la libertad de los dirigentes condenados y encarcelados. Al margen de la habitual guerra de cifras sobre el seguimiento de las huelgas, el paro consiguió su objetivo de visualizarse en todo el país con cortes de carretera generalizados y especial incidencia en la enseñanza, los servicios públicos y el comercio y menor en las grandes empresas y los polígonos, con un descenso en el consumo eléctrico estimado en un diez por ciento con respecto a otros viernes laborables. Lo importante es que quien quiso hizo huelga y quien optó por trabajar pudo hacerlo sin que durante la jornada se registraran más incidentes que los ya desgraciadamente habituales en Barcelona, con choques en Via Laietana de radicales y policías, pero en las marchas, en la huelga y en las manifestaciones, imperó el civismo. Incluso en Lleida, un grupo de manifestantes se colocó como cordón humano frente a los grupúsculos violentos que se enfrentaban a los Mossos y han aprovechado el final de las concentraciones para provocar alborotos. Porque más allá del seguimiento de la huelga, lo importante de la jornada es la espectacular respuesta de la ciudadanía a la sentencia, que contrasta con la división que están mostrando los partidos independentistas, incapaces de articular una respuesta unitaria que sí ha dado la calle. Es evidente que los ciudadanos ya van por delante de los partidos, que deberán replantearse estrategias y liderazgos si no quieren verse superados y la jornada de ayer vuelve a ser un clamor para que llegue a Madrid y el gobierno central asuma de una vez que la cuestión catalana no se resuelve ni con el 155 como reclama la derecha, ni dejando pasar el tiempo para ver si se calman los ánimos como está haciendo el PSOE. Hace falta diálogo, que los representantes de Catalunya y del gobierno central se sienten en una mesa, negocien y afronten el problema político que tenemos.

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