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El dictador Franco ya no reposa en su mausoleo pero la democracia española ha necesitado 44 años para que sus restos dejaran de ocupar el lugar preferente frente al altar mayor, contraviniendo hasta las normas canónicas, de una basílica convertida en un reducto ultramontano anclado en la nostalgia franquista. Después de un complejo proceso judicial que ha durado meses con más de 50 recursos presentados por sus nietos, los restos del dictador fueron trasladados ayer al cementerio de Mingorrubio en El Pardo, donde están los de su esposa y los de otros correligionarios como Carrero Blanco o Arias Navarro en una operación que se pretendía discreta, pero que los nietos y la ultraderecha revistieron de una solemnidad facha y trasnochada intentando convertir al verdugo y su familia en víctimas de la democracia. El gobierno no hubiera tenido que permitir que sacaran los restos del dictador a hombros aunque fueran sus nietos quienes le rendían este honor, ni tampoco que se exhibiera con los símbolos franquistas preconstitucionales, ni tampoco que la exhumación y la posterior inhumación se convirtieran en mítines fascistas con la inefable participación del golpista Tejero y su hijo oficiando la misa junto al prior de la basílica. Lo único positivo es que se ha acabado el culebrón y Franco ya no está en su mausoleo, porque ningún régimen democrático rinde tributo a un dictador, pero que nadie olvide que el Valle de los Caídos sigue siendo “el homenaje a los mártires de la cruzada caídos por Dios y por España”, es decir a los vencedores de la guerra, a quienes apoyaron un golpe de estado que desencadenó la guerra más cruenta e incivil que ha padecido este país. Y que nadie olvide que fueron los presos republicanos quienes cumplieron penas de trabajos forzados para levantar ese mamotreto que debería avergonzar a todos los demócratas y que fueron trasladados restos de soldados republicanos para ser inhumados allí sin el consentimiento de sus familias. Y que nadie olvide que la fundación que rige este monumento funerario recibe subvenciones del Estado, mientras hay más de cien mil desaparecidos de la guerra que siguen enterrados en las cunetas sin que ni el Estado haya ayudado a las familias a localizarlos. Y que nadie olvide que Franco ya no está en el Valle de los Caídos, pero como se está viendo, aún no hemos acabado de enterrar el franquismo, que sigue latente y presente en nuestra sociedad.

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