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En cada campaña electoral nos preguntamos los ciudadanos, y también los políticos, para qué sirven los debates cuando se reducen a monólogos y no se entra en controversia, ni se responden a las preguntas planteadas. Ya no estamos en la época de que Kennedy gana la presidencia porque Nixon no se maquilla o que Reagan da la vuelta a las elecciones por su dominio ante las cámaras y ahora todos van asesorados para salirse de las trampas y para lanzar sus mensajes. Puede que los debates a estas alturas ya no hagan ganar elecciones, pero sí las pueden hacer perder y por ejemplo los debates de abril, la primera vuelta de estas elecciones, hicieron cambiar el sentido del voto a un 7 por ciento de los españoles, un dato significativo teniendo en cuenta que el doble de esta cifra esperó a la última semana para decidir el sentido de su voto y que las previsiones demoscópicas apuntan a un electorado muy volátil, poco estable y que va cambiando cada día. Están delimitadas las grandes opciones de derecha e izquierda y es más difícil que haya saltos de electorado en estos dos bloques, pero la pugna se plantea por conseguir la hegemonía en cada uno de ellos. Y aunque es muy subjetivo atribuir a algún candidato la condición de ganador o perdedor del debate, sí muestran los sondeos posteriores que en el celebrado el lunes con los candidatos estatales Rivera, pese a su agresividad, no fue capaz de ganar espacio ni por el centro, ni por la derecha, mientras que el candidato de Vox, pese a las barbaridades que dijo, además de convencer a los suyos parece en condiciones de captar a algún descontento de Ciudadanos y a quienes consideran blando a Casado. Su presencia en un debate estatal institucionaliza la ultraderecha y evidentemente perjudica a las opciones de derecha tradicional que ven más dividido el voto, mientras que en la izquierda el gran perjudicado fue el ausente Íñigo Errejón, que si ya está teniendo problemas en la campaña, queda eclipsado por la oratoria de Iglesias, que probablemente fue el más brillante en el debate, y la imagen de seguridad y solvencia que intentó ofrecer Pedro Sánchez, al que le sobró tomar notas como forma de eludir la polémica que intentaron plantearle los aspirantes. Todos salieron contentos, pero no hubo ningún ganador claro y mucho menos algún mensaje ilusionante, especialmente sobre el tema catalán con la mirada de todos puesta más allá del Ebro.

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