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Parece que los hados se hayan unido esta semana para que las noticias culturales alcancen un protagonismo que deberían tener más a menudo. La principal campanada llegó el jueves con el anuncio de la concesión del premio Cervantes, el de mayor prestigio y relevancia de las letras españolas, al poeta leridano Joan Margarit, natural de Sanaüja. Se reconoce así el talento, la precisión en el uso del lenguaje (tanto en castellano como en catalán) y la aparente sencillez de sus versos, características que le han convertido con todo merecimiento en uno de los autores líricos más leídos de este siglo, ya que, a diferencia de otros escritores, sus poemas son perfectamente asequibles y entendibles para todo tipo de lectores. Al día siguiente, aunque sin el mismo nivel de sorpresa, llegaba la principal cita literaria de Lleida con la concesión de los premios Josep Vallverdú de ensayo y el Màrius Torres de poesía, ambos referentes en el panorama literario catalán. El primero, que alcanzaba su 36 edición, recayó en el periodista y librero Jordi Romeu con Les Arnes del Bendicó, una relectura de El Gatopardo, mientras que la ganadora del 24 certamen poético, Anna Garcia, plasma en su obra Dietari del buit sus vivencias y sentimientos tras ser sometida a una intervención quirúrgica. Sin embargo y atendiendo al prestigio de los dos galardones, quizá sería necesario replantear el formato de la gala literaria para convertirla en una cita ineludible del mundo cultural, y ya no solo de Lleida, sino de todos los territorios de habla catalana. Ver la platea del Auditori con demasiadas sillas vacías demuestra que el certamen requiere de algún tipo de innovación para evidenciar el protagonismo que sin duda tiene. Pero, por desgracia, y en la cara negativa del aspecto cultural, también hemos asistido esta semana a un nuevo capítulo del desaguisado en que se ha convertido la construcción de la nueva sede del Museu Morera en la antigua Audiencia por discrepancias presupuestarias. Seguramente todas las partes implicadas (adjudicatarias y Paeria) deben tener sus argumentos, pero lo que está claro es que un proyecto emblemático para la ciudad, con unas subvenciones aprobadas que ya querrían para sí muchos equipamientos, corre serio peligro de no ver la luz. Y sería del todo imperdonable que no se encuentre una solución que, de una vez por todas, aporte una sede digna y definitiva al centenario y nómada Museu Morera.

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