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Después de tres años y medio de negociaciones, que en ocasiones han rozado el esperpento, sobre su salida, el Reino Unido ha dejado de ser miembro de la Unión Europea cumpliendo lo decidido por sus ciudadanos en el referéndum de 2016 y poniendo fin a 47 años y un mes de pertenencia al proyecto de unión europea, también refrendado en consulta popular en 1975, un año y medio después de que se hubiera firmado la adhesión. Desde antes de que se consumara había sido un matrimonio mal avenido, porque el gobierno británico rechazó la invitación a mediados de los 50 de los seis países fundadores de la Comunidad Económica Europea y, después, fue el presidente francés Charles de Gaulle quien vetó en la década de los sesenta la petición inglesa de incorporarse, a la vista de los beneficios económicos que ofrecía la unión económica del continente. La adhesión se formalizó en 1973 y se refrendó año y medio después en un referéndum con el 67 por ciento a favor y el 33 en contra, pero la llegada de Margaret Thatcher en el 79 volvió a ensanchar el canal de la Mancha, con sus reclamaciones del cheque británico, por entender que el Reino Unido aportaba más de lo que recibía. Arrancaba el euroescepticismo británico, que mezclaba una arrogante nostalgia del Imperio con el distanciamiento del continente priorizando la alianza con el amigo americano, que se tradujo en el mantenimiento de la libra sin aceptar la introducción del euro y en su exclusión del espacio de libre circulación de Schengen, como muestras de la escasa vocación europeísta de los gobernantes del Reino Unido y de la condescendencia de los dirigentes europeos que iban aceptando las exigencias de Londres. Tras el referéndum del Brexit, se ha mantenido la tendencia hasta el punto de que aún no está claro si padeceremos una salida dura o se negociarán los términos del divorcio durante este año, en el que se mantendrá el statu quo aunque el Reino Unido ya no sea socio. Lo que sí está claro es que perderán las dos partes: la Unión Europea porque pierde a uno de sus socios más importantes, aunque nada entusiasta, y porque el Reino Unido queda aislado comercial y políticamente, “una isla más pequeña” titulaba ayer un diario inglés, pero sobre todo saldrán perjudicados los ciudadanos residentes o que podíamos circular libremente y las empresas que habían abierto mercados. Y Escocia recuerda que está a favor de seguir en Europa.

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