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Desbordados por la creciente cifra de afectados, abrumados por la estadística de muertos y sin saber si nos falta mucho o poco para alcanzar el famoso pico que marca el punto de inflexión de la pandemia, la aparición del virus nos ha mostrado la fragilidad del ser humano y lo endebles que eran los fundamentos de nuestra sociedad del siglo XXI. Nos creíamos, colectivamente al menos, como los amos del universo, los actores de una sociedad tecnológica y futurista en la que los descubrimientos y los avances se sucedían a ritmo vertiginoso, disfrutábamos, al menos en nuestro microcosmos, de una opulencia desconocida con acceso a todas las posibilidades de ocio y los más optimistas hasta barajaban y ponían calendario a la creación de vida artificial. Todo ha saltado por los aires en cuanto un virus desconocido ha empezado a propagarse por todo el planeta en una globalización del dolor y del sufrimiento en que lo prioritario ya pasa a ser conservar la vida y la salud. No sabemos si nos afectará a nosotros o a nuestros familiares, tampoco podemos preverlo y solo podemos extremar las precauciones, pero vemos cómo en nuestro alrededor los positivos y los muertos por la pandemia empiezan a tener nombres, apellidos e incluso rostros conocidos. A la impotencia se añade la zozobra y el miedo a lo desconocido, a ser contaminado y convertirnos en un número más de la negra estadística que los responsables sanitarios difunden cada día y que ha tirado por tierra todo el andamiaje de esta sociedad moderna y cosmopolita que padece epidemias como la de hace un siglo, en la que se amontonan enfermos en palacios feriales y pronto no sabrá qué hacer con los féretros, como ya sucede desgraciadamente en Italia. La nuestra hasta ahora había sido una generación con suerte que en nuestro país no había padecido guerras y que salvo crisis puntuales que ahora, a la vista de lo que tenemos, nos parecen pequeños resfriados, había disfrutado de crecimiento económico y bienestar social; ahora ya tenemos nuestra catástrofe en forma de pandemia mundial, que además de las consecuencias sanitarias que ya vivimos también tendrá repercusiones económicas y sociales que es prematuro augurar. Saldremos de ésta, porque es innata al ser humano su tendencia a la supervivencia, pero con muchas reflexiones, muchas preguntas y esperemos también que con más humildad. Para no repetir los mismos errores.

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