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Cada vez está más claro que la emergencia sanitaria por el coronavirus ha cogido con el pie cambiado a las autoridades, que reaccionan improvisadamente mientras el virus se agiganta y el colapso de los hospitales alcanza niveles dramáticos. Ayer el gobierno central optó por un confinamiento total (salvo servicios esenciales) que desde la Generalitat hacía casi dos semanas que se reclamaba. La administración catalana, por su parte, parece que ha reaccionado con más contundencia, pero tampoco es para tirar cohetes. La falta de tests para determinar el estado real de la población (nadie sabe cuántos contagiados hay realmente en Catalunya) es tan lamentable como en el resto del Estado, y el nivel de infecciones entre el personal sanitario a causa de un insuficiente material de protección es escandaloso. Las autoridades españolas afirman que han tomado las medidas más duras de Europa, pero los ciudadanos no les exigimos que adopten las medidas más duras, sino las más eficaces (lo habría sido, según muchos expertos, confinar en su día Madrid). Mañana se inicia una nueva etapa en esta lucha sin cuartel contra el enemigo invisible que obligará a miles de trabajadores leridanos a quedarse en casa porque solo se mantendrán los servicios esenciales. Pedro Sánchez anunció ayer un permiso retribuido que supondrá, en la práctica, que se “avanzan las vacaciones de Semana Santa, al parecer del presidente. Del 30 del marzo al 9 de abril, todo el mundo en casa. Tras la crisis, los empleados recuperarán las horas de trabajo no prestadas de manera paulatina y prolongada en el tiempo. Sin duda, será una manera de sacar a mucha gente de la calle, pero la medida llega cuando ya se ha tensionado mucho el sistema sanitario. En Lleida, donde ya se han registrado 40 muertes por coronavirus y se ha doblado el número de parados por los ERTE, se ha habilitado el Hotel Nastasi como hospital de 80 camas ante la inminente llegada del temido pico de la enfermedad. Y entre tanta noticia negativa, hoy nos hacemos eco de la llegada al mundo de niños ajenos a esta anómala situación. La generación coronavirus nace en pleno confinamiento, lo que impide que abuelos y tíos conozcan a los pequeños si no es a través de la pantalla. Por suerte, esta pandemia, al contrario que la de 1918, nos permite estar comunicados a pesar de la distancia profiláctica.

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