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Tanto la ministra de Educación como el conseller Bargalló han hecho especial hincapié en que lo decidido ayer por gobierno y autonomías no es un aprobado general para los estudiantes de primaria y secundaria, sino una promoción de curso con las evaluaciones de los dos primeros trimestres y repeticiones únicamente para casos excepcionales. Ni es lo mismo, ni significa lo mismo porque el aprobado general, que cuando se aplicó en la enseñanza española llevó el añadido de político, iguala a todos los estudiantes, tanto a los que se han esforzado durante el curso que se ha podido seguir como a los que no con una misma nota, el aprobado, con todo lo que supone de injusto y de negación de la cultura del esfuerzo y de las ganas de aprender. Además, la concesión de un aprobado general político representaría dilapidar todo este tercer trimestre porque difícilmente se podría conseguir una motivación del alumnado con la nota ya decidida. En cambio, la decisión que se ha tomado respetará las evaluaciones de los dos primeros trimestres, con lo cual la nota será diferente según los conocimientos y el aprendizaje de cada alumno, y de esta manera se rompe la injusticia y la homologación que representa el aprobado general, se aprovechará el tercer trimestre y los trabajos online para recuperar en caso de posibles suspensos y finalmente se dejarán las repeticiones para casos muy excepcionales con rendimiento negativo durante los primeros trimestres y que no ha recuperado en el tercero, pero en ningún caso se podrá decir que ha suspendido por el coronavirus. Puede que no sea la decisión perfecta, pero teniendo en cuenta las circunstancias que vivimos poco más se podía hacer porque no es aconsejable que los estudiantes vuelvan a las aulas antes de junio por la misma situación sanitaria y por lo complicado que resultaría el distanciamiento. Tampoco parecía factible habilitar los meses de julio y agosto como lectivos, tanto por la climatología como por criterios pedagógicos, y mantener el curso online tiene el problema de que una parte de los alumnos no dispone de los equipos informáticos necesarios, con lo cual se corría el riesgo de aumentar la desigualdad digital entre alumnos y tampoco era una solución justa. En consecuencia, se ha optado por la solución menos injusta, pero habrá que buscar fórmulas para que el verano también sea formativo y sobre todo invertir y trabajar para solventar el déficit digital de muchas escuelas.

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