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Nuestra sociedad ha cambiado, pero nuestra política no. Los ciudadanos hemos sido requeridos para modificar nuestros hábitos para combatir la pandemia y mayoritariamente lo hemos hecho con una disciplina encomiable, mientras que los dirigentes políticos mantienen sus viejos hábitos, su cortoplacismo, sus objetivos particulares y su recelo permanente con el discrepante sin que el coronavirus les haya hecho cambiar de política ni de actitud. La reflexión es de un observador tan perspicaz como Iñaki Gabilondo, y aunque va referida básicamente al encuentro de Pedro Sánchez con Pablo Casado se puede extrapolar a las relaciones políticas en general e incluso a las internas en el propio gobierno. Hemos visto discrepancias internas entre el PSOE y Podemos sobre el nivel del confinamiento con la alarma, sobre las restricciones a los sectores no esenciales y en los últimos días sobre la implantación y el alcance de la renta mínima; hemos visto cómo los partidos de oposición, básicamente PP y Vox, han criticado con acritud la gestión del gobierno y, en el segundo caso, han llegado a propagar bulos que se dirimirán en los tribunales. También estamos viendo cómo algunas autonomías como Madrid se han descolgado del acuerdo sobre la enseñanza con la promoción generalizada de curso, que otras como Catalunya han discrepado sobre la vuelta al trabajo de los sectores no esenciales y la semana pasada incluso puso en marcha su propio sistema de contabilización de fallecidos y de nuevos contagios, y también cómo son varias las que reclaman aplicar criterios propios en el proceso de desconfinamiento basados en la diversidad territorial. Hay un choque dialéctico entre quienes defienden el mando único en la lucha contra el virus y los que sostienen la realidad de un Estado de las autonomías con competencias y responsabilidades transferidas, con discrepancias latentes y recelos enmarañados que la lucha contra un enemigo común no ha logrado disipar. Todos los que tomamos decisiones nos equivocamos y nuestros gobiernos no son excepción, porque en mayor o menor medida han cometido serios errores sin que en algunos casos se hayan visto atisbos de rectificación, y tampoco se trata de pedir o dar cheques en blanco, porque hay que escuchar antes de tomar las decisiones, que deben ser lo más consensuadas posibles. Y una cosa está clara: sin unidad, sin la colaboración de todos, será más difícil la salida.

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