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Llevamos ya seis semanas desde la declaración de alarma en España, que fue posterior a la de Italia, y la Unión Europea, en la cumbre del jueves, decidió crear un fondo de reconstrucción para ayudar a los países europeos a salir de la crisis provocada por el coronavirus. Todos están de acuerdo en que “es imprescindible, necesario y urgente crear un fondo de magnitud suficiente para atender a los sectores y las áreas geográficas más afectadas”, en palabras del presidente del Consejo Europeo, pero todavía no han llegado a acuerdos en temas tan importantes como la cuantía del fondo, aunque parece haber consenso de la mayoría de países entorno a los 1,5 billones y sobre todo en qué y cómo se concretará el plan, cómo se canalizarán las ayudas y quién asumirá la posible deuda. Han encargado a la Comisión que presente el plan con todos los detalles en la cumbre del próximo 6 de mayo y se vinculará al presupuesto de los próximos siete años con un incremento del 2 por ciento en los primeros tres años en lugar del 1,2 previsto. Pero a pesar de las buenas palabras, las divisiones de fondo entre el norte y el sur se mantienen con la cuestión crucial de quién pagará la factura del coronavirus: el conjunto de la Unión Europea de forma mancomunada o bien cada país en solitario incrementando su deuda hasta donde pueda asumirla, afrontando el rescate en caso de superarla y con la mirada puesta en la prima de riesgo, que vuelve a dispararse como siempre que hay crisis. Parecen ya descartados los eurobonos que proponía España, porque no le gustan a Merkel, y tampoco se baraja ya el tema de la deuda perpetua que se había propuesto para financiar la crisis, pero no no se ha concretado cómo se distribuirán los 1,5 billones que se pretenden “movilizar” y cuánto serán subvenciones, ayudas a fondo perdido y no reembolsables, y cuánto se limitará a avales, créditos más o menos blandos u otros productos que habrá que devolver. Y esta es la gran cuestión a discutir y en la que no están de acuerdo los países del sur, y también los más afectados, con Alemania y sobre todo Países Bajos, que sigue empeñado en que lo que se presta tiene que devolverse, y que por lo visto valoran más controlar la deuda pública que solidarizarse con los países más necesitados. Lo mismo que ha sucedido en otras cumbres, con la diferencia de que ahora lo que está en juego es el mismo sentido de la UE y su papel cuando se la necesita.

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