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Hemos entrado en la fase cero de la desescalada del confinamiento y en los primeros días la respuesta de los sectores que podían empezar a abrir ha sido más bien prudente, hasta el extremo de que el lunes solo dos de cada diez establecimientos que podían reanudar la actividad secundaron la apertura. Hay varias razones que lo justifican: unos no habían adaptado sus instalaciones a las exigencias sanitarias, otros no consideran viable económicamente la reapertura con las limitaciones de aforo y de atención impuestas, al margen de que algunos están supeditados a los ERTEs aprobados y cuentan con menos personal, otros consideran que si no hay demanda con clientes potenciales prefieren esperar a la siguiente fase y, finalmente, sigue habiendo miedo al contagio y mucha prudencia; pese a que los datos oficiales corroboran la bajada de casos, llevamos tres días por debajo de los 200 fallecidos en España y los contagios están por debajo del millar. En cualquier caso, la experiencia ha demostrado que cada sector tiene su propia problemática y por ejemplo las peluquerías no han tenido mayores problemas, mientras que la hostelería y el comercio optan por esperar hasta la semana que viene, en que si pasamos, como parece previsible en las comarcas de Lleida, a la siguiente fase ya tendrán menos restricciones. Y también está quedando claro que la evolución de la pandemia es muy diferente según las zonas y que la mayoría de casos y de contagios se siguen registrando en las áreas metropolitanas, mientras que en zonas rurales la situación parece más controlada. En consecuencia, parece lógico que el ritmo de regreso a la “nueva normalidad” también sea diferente según estos criterios y que no se penalice a las comarcas con menos casos por lo que pasa en las capitales, y en el caso de Catalunya las estadísticas son contundentes con mucha menor incidencia de la pandemia en Terres de l’Ebre, Tarragona, Pirineu o Lleida, que registra la mitad de casos por cien mil habitantes que Barcelona ciudad. Al margen de que haya sido una propuesta de la Generalitat y de otras autonomías, parece lógico que la desescalada se haga siguiendo estos baremos y no en función de unos límites provinciales más bien anacrónicos y que no responden a la realidad. Atender esta petición también sería una forma de hacer realidad la prometida “cogobernanza” y ampliar los consensos en una fase decisiva de la lucha contra la pandemia.

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