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La sentencia del Tribunal Constitucional (TC) contra el Estatut aquel 28 de junio de 2010 cayó como un jarro de agua fría entre las fuerzas políticas y la sociedad civil de Catalunya. No por sospechado el impacto fue menor y certificó la gravedad del momento. Lo que pocos sospechaban, a pesar de las advertencias, es que la consecuencia fuera un conflicto político de primera magnitud entre Catalunya y España que marcaría las relaciones entre las dos partes y que diez años después no solo no está resuelto, sino que sigue condicionando una posible salida pactada entre unos y otros. La respuesta a la sentencia derivada del recurso del PP, que recorrió España pidiendo adhesiones contra un Estatut aprobado en referéndum por los catalanes, refrendado por las Cort

e

s y firmado por el rey Juan Carlos I, fue una manifestación organizada por Òmnium Cultural y respaldada por los partidos catalanistas y más de mil entidades con el lema “Som una nació, nosaltres decidim” el 10 de julio en Barcelona. El objetivo era exhibir la máxima unanimidad y transversalidad de la sociedad catalana en el rechazo a la decisión del TC y la participación fue masiva: 1,1 millones de personas según la Guardia Urbana. Fue la primera vez que los gritos a favor de la independencia resonaron en una protesta multitudinaria y la primera gran demostración de fuerza del independentismo en la calle. Hay un antes y un después de aquella desgraciada sentencia. Ahora, una década después, siete personas elegidas democráticamente como máximos representantes de la Generalitat de Catalunya están en la cárcel, junto a los dos líderes de las entidades independentistas que impulsaron el procés. Además, el 130 President de la máxima institución catalana vive en el exilio, así como otra media docena de cargos, ex consellers y la secretaria general de ERC. El expresidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapataro, ha asegurado este fin de semana que hasta que se haga un acto conjunto entre todos los actores de lo sucedido el 1 de octubre de 2017 no se podrá avanzar en la reconciliación. Puede que tenga razón, pero lo más urgente ahora es la libertad de los presos, una premisa que se antoja imprescindible para poder iniciar con las mínimas garantías cualquier diálogo fructífero. Catalunya es plural y con esta diversidad debe enfocar su futuro, pero sobre todo es democrática y las urnas son el único camino infalible.

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