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La España oficial con los reyes al frente, el gobierno y todos los presidentes autonómicos, incluido Torra, rindió homenaje ayer a las más de 28.000 personas que han muerto víctimas del coronavirus y mostró su agradecimiento a los trabajadores de los sectores esenciales, representados por la enfermera supervisora del hospital Vall d’Hebron Aroa López con un emocionado mensaje muy alejado de los tópicos al uso en estos actos. Bien están todos los actos de reconocimiento a las víctimas y más que merecidos los homenajes a los sanitarios y todos los trabajadores que han mantenido vivo al país en estos momentos difíciles, pero viendo la situación que padecemos en Lleida, en Barcelona o en Aragón con rebrotes que pueden engrosar la lista de víctimas, parecen un poco prematuros este tipo de homenajes que pueden dar la impresión de que la situación está cerrada y la estadística también. Al margen de la España oficial, la sociedad real lleva días reconociendo la abnegada labor de quienes han cuidado a los enfermos y acompañado a los moribundos y, como dijo Aroa, “nos hemos tenido que tragar las lágrimas” y desesperarnos porque nuestros mayores morían solos, porque no había respuesta para los enfermos, porque faltaban medios para atenderles y protegerse, porque muchos sanitarios han entregado su vida para salvar otros. Y verdaderamente no hay homenaje suficiente para esta generosidad y este sacrificio que desgraciadamente aún tendrá que continuar. Bien está la ceremonia y el tributo, pero el mejor reconocimiento que podemos brindar a quienes han caído es investigar y depurar el desastre de las residencias de ancianos, corregir los errores cometidos en este sector para que nuestros mayores sean atendidos como merecen, reclamar que haya medios suficientes para la sanidad pública, que ha ido padeciendo recortes presupuestarios mientras se financiaba la deuda de los bancos, exigir que los hospitales tengan personal y recursos para atender emergencias como esta y planificar la respuesta ante rebrotes tan previsibles como el que padecemos en Lleida. Son cuestiones que en buena parte están en las manos de los que ayer participaban en la ceremonia del Palacio Real y los que seguimos el acto desde la distancia nos daríamos por satisfechos con que aprendieran la lección y tomaran las medidas para que una tragedia como la vivida no se repitiera. Sería el mejor homenaje.

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