SEGRE

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Sería absurdo pensar que los leridanos nos hemos relajado más que otros ciudadanos en las medidas de higiene contra la Covid-19. O que los jóvenes de Ponent salen más que los de cualquier otro territorio. Que el primer rebrote significativo de la pandemia se produjera en julio en el Baix Cinca y de allí entrara por el Baix Segre y se extendiera hasta la capital no parece casual. El factor diferencial es la campaña de la fruta. Los políticos pasan de puntillas por un tema que, sin duda, es complejo, pero que el sector sanitario tiene muy claro. El gerente del Sistema d’Emergències Mèdiques, el leridano Antoni Encinas, explicaba que se habían hecho más de 1.500 PCR en empresas frutícolas del Segrià los últimos diez días con la colaboración tanto de las firmas como de la patronal del sector para aislar a posibles positivos. “Todo el mundo sabía que vendrían 20.000 personas”, subrayó. En términos parecidos se expresaba ayer el presidente del Colegio de Médicos de Lleida, Ramon Mur, que relacionó el “potente sector agroalimentario” de Lleida con la propagación de la pandemia. Por un lado, porque el virus está cómodo en las cámaras frigoríficas. Trabajar a bajas temperaturas, con humedad y en espacios cerrados en los que cuesta mantener las distancias de seguridad no es lo ideal para frenar contagios. Pero, sobre todo, el factor diferencial de la región sanitaria de Lleida es la llegada masiva de mano de obra al campo. No todos son temporeros. Algunos ni siquiera disponen de papeles para poder trabajar y se convierten en un colectivo socialmente vulnerable que contribuye a expandir la Covid-19. Mur, sin pelos en la lengua, se pregunta cómo es posible que estas personas llegaran en pleno estado de alarma, lo que a su modo de ver evidencia la falta de coordinación entre las distintas administraciones. Lo peor es que este colectivo se ha acabado convirtiendo en víctima y vector de la pandemia. El presidente del Colegio de Médicos subraya que en la inmigración regulada y con contrato, “ayuntamientos y patronal han hecho un gran esfuerzo para darles una acogida digna”, pero los sintecho han quedado sin el amparo de las administraciones. No se les han explicado los riesgos y se ha permitido que vivan hacinados, lo que ha hecho imposible rastrear sus contactos y garantizar cuarentenas, disparando la diseminación del virus. De poco sirve el confinamiento si hay fugas de agua tan evidentes.

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