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Ayer se levantaron las restricciones que ha padecido la ciudad de Lleida en mayor o menor grado desde la declaración del estado de alarma en el mes de marzo, coincidiendo con unas cifras positivas en la evolución sanitaria. Por primera vez después de tres meses, el riesgo de rebrote ha pasado de ser alto a moderado, con una tasa de 94,57 y una tendencia a la baja, después de que había llegado a estar por encima de 1.500 en el pasado mes de julio. Es un dato positivo que contrasta con la evolución de otras zonas catalanas en las que no se han decretado medidas tan drásticas como las aprobadas en Lleida, y sobre todo con las que padece Madrid, donde se han disparado los contagios y donde se concentran nueve de las diez ciudades españolas con más brotes de coronavirus sin que se haya llegado al confinamiento perimetral que sí se decretó en el Segrià. Es una muestra en primer lugar de que se han aplicado raseros diferentes por criterios que nadie ha explicado, y también de que en algunas zonas ha habido cierto relajamiento en las medidas preventivas o que se ha primado la actividad económica por encima de los criterios sanitarios. Aquí toca alegrarse de que la situación epidemiológica esté bajo control y hacer un llamamiento a que se mantenga la prudencia respetando las normas sobre mascarillas, distancia social e higiene personal, porque cualquier imprudencia puede ser nefasta para la situación colectiva, pero también reclamar medidas de reactivación y apoyo a los sectores más perjudicados. La hostelería local calcula que ha perdido diez millones de euros, y ciertamente han sido siete meses en los que no han podido desarrollar su actividad normal, perdiendo unos ingresos que no recuperarán y harán tambalear sus negocios. Ha quedado la percepción de que Lleida ha perdido ritmo vital y se ha convertido en una ciudad apagada, con una actividad económica al ralentí con las iniciativas paralizadas, y hará falta un impulso por parte de las administraciones para devolver la ilusión y el empuje a los empresarios y los autónomos, y recuperar el tiempo perdido. No son suficientes las moratorias y las ayudas aprobadas, y se hace imprescindible un plan de reactivación para mantener los empleos y dinamizar la economía, porque estamos en el buen camino para controlar el impacto sanitario de la pandemia, pero puede ser aún más duro superar las secuelas económicas que ha dejado el coronavirus.

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