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Ya volvemos a estar en estado de alarma y con toque de queda tras un extraño tira y afloja entre el gobierno central y las autonomías para ver quien lo solicitaba, y de paso quien asumía responsabilidades. Al final, el Estado ha creado el mecanismo jurídico, estado de alarma, y serán las autonomías las que tomarán las medidas que consideren necesarias, que previsiblemente, como se ha visto en el caso de Madrid, serán muy diferentes y no correlativas al riesgo de propagación de la pandemia. Como siempre, en Catalunya se exigían medidas más drásticas, pese a que ya se adelantó con el cierre de la hostelería, sin que a tenor de las cifras divulgadas haya tenido impacto diez días después en la reducción de casos y en la propagación de la pandemia. Ahora, afrontaremos la alarma, el toque de queda y las medidas que vengan, pero lo peor es que nadie puede augurar su efectividad, ni cuánto tiempo tendrán que aplicarse las restricciones, porque da la impresión de que seguimos perdidos, de que pasamos de la nueva normalidad y un relajamiento que hasta propició el anuncio de la reapertura del ocio nocturno, al anuncio de que vienen tiempos complicados, con unas medidas hasta ahora desconocidas. Ciertamente, como dicen los epidemiólogos, cuantos menos contactos haya menor riesgo de contagio existirá, pero las medidas sanitarias deben ir acompañadas de inversiones en la sanidad con más médicos, más rastreadores y más inversión para evitar que se tarden, por ejemplo, cuatro días en conocer los resultados de las pruebas tras tener contacto con un positivo. Y también más ayudas públicas para mantener viva la economía, porque estamos entre los países más castigados por el virus sanitariamente, pero también económicamente, con una de las mayores caídas del PIB, y pese a ello, según los datos del FMI, España está en la cola del gasto público para enfrentarse a la crisis. Apenas un 3,6 por ciento del PIB ha destinado España a ayudas directas para combatir la pandemia, frente al 10 por ciento de media del resto de Europa y un envidiable 21,5 por ciento de Nueva Zelanda. Ante la posibilidad de ayudas directas, aquí se ha optado por garantías del Estado como los préstamos a través del ICO, y aun así representan un 14 por ciento del PIB, frente al 24 de Alemania o el 32 de Italia. Y algún día habrá que preguntarse por qué ni garantizamos la salud controlando la epidemia, ni tampoco salvamos

la economía.

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