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Una semana después del lamentable asalto al Capitolio, símbolo del poder legislativo de Estados Unidos, la Cámara de Representantes debatía ayer el segundo procedimiento de destitución de Donald Trump, acusado esta vez de “incitación a la insurrección” por su papel “organizador e incitador” del asalto. Es el final estrambótico que merece un mandato nefasto que ha dividido el país y hasta ha socavado los cimientos de su democracia, cuestionando primero los resultados electorales, negándose a aceptarlos después e intentando subvertirlos con una actuación violenta. Probablemente no habrá tiempo suficiente para tramitar el impeachment antes del 20 de enero, que es la fecha fijada para el traspaso de poderes, pero si Trump no es destituido por los legisladores electos antes del relevo debe responder ante los tribunales por su desprecio a la democracia. Sus mensajes previos son prueba más que evidente de la incitación a la rebelión en la que intentó involucrar al vicepresidente Pence para que no proclamara los resultados electorales y que ayer también se negó a impulsar la destitución, sometido a los dictados de la dirección republicana que aún controla Trump, y el mismo FBI reconocía que había informes previos sobre grupos que planeaban una actuación violenta sobre Washington. Pese a ello, ni se tomaron medidas ni se reforzó la vigilancia del Capitolio en una actuación cuando menos negligente para garantizar la seguridad de la cámara. Con posterioridad, Trump ha mantenido su actitud arrogante negando cualquier posibilidad a la destitución y sin mostrar el menor signo de arrepentimiento o de condena de las acciones violentas. Fiel a su estilo hasta el final, que ha llevado al país a una división profunda y total, que hasta cuestiona la transparencia de sus elecciones y después de una gestión nefasta de la pandemia, de una política cambiante y errática basada en bravatas y amenazas que ha provocado hasta el rechazo de las grandes empresas que le apoyaron inicialmente. Pasa a la historia como un presidente nefasto que merece ser destituido no solo por los votos, sino por sus posibles delitos.

Sin propósito de enmienda Después de los problemas vividos en la última campaña de temporeros, agravados por la Covid y el deterioro de la imagen de Lleida, se celebró el martes la primera reunión de la mesa de seguimiento de campañas agrarias que acabó con más bronca y tensión que acuerdos. Hubo acusaciones de racismo, de propiciar el efecto llamada y división sobre la vacunación a temporeros. Faltan más de cuatro meses para que empiece la nueva campaña y es imprescindible que las partes implicadas se pongan de acuerdo para evitar los errores del pasado.

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