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A nivel individual posiblemente haya muchos leridanos que hayan vivido años más trágicos que el 2020 pero, a nivel colectivo, sin duda el pasado ejercicio ha sido el peor de nuestras vidas a nivel mundial después de la Segunda Guerra, que acabó en 1945, incluso más, porque ese conflicto bélico asoló Europa y Japón, norte de África, Pacífico y costó, además, la vida de muchos norteamericanos por su apoyo a los aliados, pero la pandemia del coronavirus no ha dejado ni un solo rincón del planeta sin muertos, infectados y una gran factura económica, social y emocional. Las cifras son frías, pero en Lleida han muerto desde marzo pasado 724 personas con nombre y apellidos, con familia, con amigos y sin que sus allegados pudieran ni darles la despedida correspondiente, sino que en la mayoría de casos se han ido en la más absoluta soledad.

Los fallecidos en Catalunya son a día de hoy casi 28.900, en España 71.138 y en el mundo más de 2,5 millones. A todas estas víctimas hay que sumarle los millones de contagiados, muchos de los cuales han pasado meses en los hospitales y otros tienen todavía secuelas que no se sabe aún cuándo acabarán.

Por si estas pérdidas humanas no fueran lo suficientemente dramáticas, las consecuencias económicas de la Covid -19 son también incalculables. Comercio, restauración y turismo cuentan por millones las pérdidas, y en el resto de sectores, desde industria hasta la cultura, pasando por el deporte o el ocio, los daños dejarán damnificados de innumerables proporciones.

La lección evidente de lo vivido y sufrido no puede ser otra que por mucho que estemos en el siglo XXI y que seamos capaces llegar a Marte y vivir en un mundo global de plataformas y tecnologías punteras, somos perecederos y todavía hay que invertir mucho en medicina, ciencia e investigación para que un simple virus no ponga en peligro a toda la humanidad. La esperanza llega también de la mano de la ciencia y de la vacuna, que, poco a poco, está creando inmunidades que nos permiten ver la luz al final del túnel.

La noticia de que las residencias de Lleida, las grandes damnificadas de la mortalidad del corona, están prácticamente ya sin infectados, es la inyección de moral que necesitamos todos para comenzar a remontar. La esperanzaEsta recuperación que ha de llegar en meses debe planificarse mucho mejor que la del 2008, que fue una crisis estructural producto de las burbujas del ladrillo y del dinero.

Ahora, los cimientos de la economía no están maltrechos y la estimulación del gasto y de la inversión solo puede venir inyectando directamente en todos los sectores castigados la liquidez suficiente para volver a empezar..

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