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Al día siguiente que se conociera el último informe de la Agencia Europea del Medicamento y que el ministerio de Sanidad y la mayoría de autonomías decidieran un nuevo cambio en el protocolo de vacunación con AstraZeneca, se ha conocido que dos personas, vecinos de Tàrrega y Cervera, fallecieron horas después de haber recibido la primera dosis de la vacuna. No padecían patologías previas y la conselleria de Salud está investigando los dos casos, sin que de momento se pueda establecer una relación de causa y efecto, ni vincular la vacunación con el fallecimiento, pero es una coincidencia significativa que obliga a extremar la prudencia, aunque también hay que recordar que una muerte en Málaga que en principio se vinculó a la vacuna fue atribuida finalmente a otras causas.

Pero hay que reclamar transparencia y más cuando hemos vivido con esta vacuna una confusión permanente con hasta cuatro cambios de criterio del Gobierno sobre su aplicación: primero se recomendó para menores de 55 años y de hecho se aplicó la primera dosis a los sectores esenciales, luego hubo una paralización, después se amplió la edad de vacunación al segmento entre 60 y 65 años, el miércoles se suspendió la vacunación en España a los menores de 60 años, dejando en un interrogante qué hacer con los dos millones de españoles menores de esta edad que ya han recibido la primera dosis y ayer se aumentó el segmento de edad. Cada país ha aplicado sus criterios en cuanto a los segmentos de edad a los que aplicaba la vacuna anglo-sueca en función de los informes de la Agencia Europea del Medicamento, que ha insistido en que el fármaco es seguro aunque reconoce que los trombos pueden ser un efecto secundario.

De hecho, en su informe explica que hasta el 22 de marzo se habían vacunado 25 millones de personas con AstraZeneca en la Unión Europea y el Reino Unido y se habían registrado 62 casos de trombosis venosa cerebral y 24 de otros tipos, con un balance global de 18 fallecimientos. La EMA considera que los casos de trombosis son muy raros y se pueden tratar, mientras que el coronavirus implica un alto riesgo de hospitalización y muerte, por lo que concluye que la vacuna es segura porque los beneficios generales de suministrarla superan los riesgos de los efectos secundarios, que por otra parte tienen en mayor o menor medida todos los medicamentos.

De momento, hay que esperar a los análisis farmacológicos de los casos citados, apelar a la prudencia, insistir en que son mayores los beneficios que los peligros de la vacuna y evaluar la posible situación de riesgo de los receptores de la vacuna. Pero también habría que pedir a las autoridades sanitarias que no multipliquen la confusión con tantos cambios de criterio, ni que alimenten la desconfianza hacia un determinado producto que ha superado los controles y que informen de la situación con transparencia.

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