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Pese a que la incidencia del Covid ha supuesto un pequeño freno a la despoblación con el regreso a los pueblos de quien económicamente puede y quien busca un entorno más sano y más seguro, la despoblación sigue siendo una de las grandes amenazas para la supervivencia de muchos pueblos.

Un estudio de la UdL del que dimos cuenta hace unas semanas cifra en 89 de los 231 municipios de la provincia los que tienen riesgo de despoblarse porque ya tienen un censo envejecido, con las pensiones como principal fuente de ingresos, una economía poco diversificada y un nivel bajo de servicios que impide la instalación de nuevas actividades. De la misma forma que hay una España vaciada, también tenemos una Catalunya en riesgo de vaciarse, una cuarta parte de municipios según el estudio de Ignasi Aldomà y Josep Ramon Mòdol, que afecta fundamentalmente a comarcas interiores, con Lleida como la más perjudicada, y que ya ha obligado a que por ejemplo la Diputación aplique criterios de discriminación positiva para compensar la falta de ayudas que recibirían si el único baremo aplicable fuese el de su población, o que se esté creando una red de pueblos para atraer vecinos impulsada por los grupos de acción local del programa Leader.

Este plan piloto contempla que los ayuntamientos adquieran compromisos como crear un listado de viviendas, terrenos y locales disponibles para alquilar o comprar, y crear un comité de bienvenida para los nuevos vecinos.

Todas las iniciativas son necesarias y plausibles, pero para revertir la situación no bastará con que se instale alguna familia en estos pueblos si no se garantizan paralelamente medios de vida y, sobre todo, se aseguran servicios comparables con los que podemos recibir en una ciudad. Es fundamental que se mantengan las escuelas en los pueblos pequeños, porque su cierre es el primer paso para empujar a los padres a buscar una buena formación para sus hijos, que se garantice una atención médica con centros de asistencia primaria a distancias razonables, y que se incentiven actividades económicas que puedan generar empleo.

Pero también hay que mejorar las comunicaciones por carretera para facilitar la movilidad y que la prometida fibra óptica llegue con garantías a todos los pueblos para que el teletrabajo que hemos generalizado con la pandemia pueda mantenerse y convertirse en habitual desde cualquier rincón.

Hay que mantener los pueblos vivos porque son fundamentales en la articulación del territorio y, para ello, habrá que invertir más y dar facilidades para que se convierta en una opción de vida viable el retorno al ámbito rural, revirtiendo los procesos migratorios que nos llevaron a la actual despoblación. No será fácil y exigirá muchos esfuerzos, pero si no lo afrontamos dejaremos amplias zonas desérticas en medio de las capitales comarcales y los pueblos con segundas residencias.

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