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Arrancamos el año con la esperanza de que las vacunas que empezaban a suministrarse a finales del pasado ejercicio representaran el fin de la peor pandemia que ha padecido nuestra sociedad en el último siglo, pero lo cerramos inmersos en la enésima oleada, sexta en España y séptima en Lleida, que registra récords de contagios, mantiene a la Sanidad saturada, a los ciudadanos con restricciones y a la economía sin acabar de remontar. Ha sido un año que sigue marcado por la pandemia, por el miedo al contagio, por la incertidumbre ante un virus, cuyo origen y mutación seguimos sin aclarar por mucho que las vacunas hayan minimizado su efecto y que ha cambiado los hábitos sociales, el funcionamiento de la economía y ha marcado las actuaciones políticas, acentuando la polarización, provocando crispaciones y trasladando a un segundo plano cuestiones que antes del coronavirus se presentaban como trascendentales. Hemos ido superando oleadas, pero también repitiendo errores que forzaban la repetición de la historia con momentos de falsa normalidad y vuelta a las restricciones y a la multiplicación de casos.

Seguimos sin aprender que no caben soluciones individuales o nacionales, que el problema es mundial y que pueden llegar nuevas variantes de China, Inglaterra, Sudáfrica o de cualquier otra zona del mundo, porque también en el ámbito sanitario funciona la globalización. Y pese al optimismo del Gobierno de Sánchez, a remolque del maná europeo con los fondos Next Generation que aún no han llegado, España sigue siendo la economía con peor evolución durante la pandemia, como recordaba ayer The Economist, justo el mismo día en que se anunciaba un nuevo récord inflacionista con el impulso de una escalada de los precios de la luz, ante la que el Ejecutivo se muestra impotente, de los carburantes o de materias primas, lastradas por la especulación y por el incremento de la demanda en otras latitudes. Políticamente, ha sido el año de los indultos a los dirigentes del procés encarcelados, que ha rebajado las tensiones pero sigue lejos de solucionar el problema con una mesa de diálogo que de momento no da resultados y, pese a los esfuerzos del nuevo presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, de buscar vías de negociación en una estrategia cuyo éxito dependerá de los frutos que coseche en Madrid, donde Sánchez tiene que seguir haciendo equilibrios con sus socios de investidura y capear los embates de una oposición más radicalizada por la irrupción de la líder madrileña, Díaz Ayuso, vencedora en las elecciones anticipadas y con un modelo populista propio y a veces diferenciado de Pablo Casado.

Y, para cerrar un año para olvidar, en Lleida la Paeria está pendiente de una moción de censura con un gobierno que no pudo aprobar sus presupuestos. Solo cabe desear que 2022 sea mejor y en el que, como anuncia la OMS, llegue el final de la pandemia.

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