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La Diada estuvo ayer marcada por la división del independentismo, justo diez años después de que empezara a monopolizar esta jornada con la primera manifestación masiva convocada por la entonces novedosa Assemblea Nacional Catalana (ANC) con el apoyo de Òmnium Cultural. La tensión ya quedó patente la medianoche del sábado al domingo, cuando los representantes de ERC fueron abucheados al acudir al Fossar de les Moreres. La concentración en Barcelona, que registró una gran participación, más allá de la guerra de cifras, puso de manifiesto las diferencias entre los distintos actores del soberanismo sobre cuál es la mejor estrategia a seguir cinco años después del referéndum del 1 de octubre, que a pesar de ser un referente común no acabó representando ningún avance hacia la teórica meta.

Esquerra y Junts per Catalunya, los dos socios del Govern, evidenciaron una vez más sus grandes divergencias. Tanto el president Pere Aragonès como los consellers de ERC y la cúpula del partido se ausentaron de la marcha de la ANC, que, en cambio, contó con el apoyo explícito de Junts y de los consellers de este partido. Si los primeros argumentaron su decisión censurando que el manifiesto cargue contra los partidos, los segundos aprovecharon este hecho para añadir sal a la herida.

“No puede ser que, cuando tienes el resultado en las urnas, te olvides de las calles, porque justamente la calle es la que ha dado la gran fuerza del independentismo”, afirmó el secretario general de JxCat, Jordi Turull, en una alusión nada velada a Esquerra. La pugna entre ambas formaciones por liderar al independentismo está derivando en una confrontación que dificulta la viabilidad del Govern que comparten. Todos los gobiernos de coalición soportan tensiones más o menos importantes; sin embargo, una cosa es esta y otra que los dos socios se consideren a la vez enemigos.

Da la sensación que el pegamento del poder es lo único que hace aguantar al actual Executiu, lo que a la vez supone un gran lastre para que su gestión sea efectiva. Y mientras, los principales representantes de la denominada sociedad civil, ANC y Òmnium, también parecen bifurcar sus caminos, porque mientras la primera entidad hace un llamamiento al “pueblo” para llevar a la práctica “la victoria del 1-O”, la segunda apuesta por abrir un nuevo ciclo en aras de la unidad. Ahora bien, que haya profundas diferencias en el seno del independentismo no significa que este sea un suflé que bajará por si solo, como sostenía Mariano Rajoy.

Igual que la labor del Govern no puede estar al albur de las cuitas entre sus socios ni quedar estrictamente supeditada al objetivo de la independencia que ambos proclaman, los principales partidos del Estado no pueden ignorar que un número importante de catalanes apuesta por la ruptura. Como casi siempre, el diálogo es el mejor camino para todos.

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