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EDITORIAL

Del dicho al hecho y la crisis energética

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Ayer se inauguró la Semana del Clima de Nueva York, retomando su formato presencial y reafirmando su lema Getting it done (hacerlo realidad). Al igual que en anteriores ediciones, el evento pretende ser una plataforma de conexión y difusión, poniendo el foco sobre el cumplimiento de los objetivos climáticos y la necesidad de aumentar los compromisos asumidos por empresas, gobiernos y organizaciones. Las cuestiones en torno a la transición energética y del transporte, las tendencias emergentes para la red cero y la economía verde forman parte del debate de este año, que girará en torno a diez temas principales: medio ambiente construido, energía, justicia medioambiental, transporte, finanzas, vida sostenible, naturaleza, política, industria y alimentación.

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y la consellera de Acción Climática, Teresa Jordà, asisten a esta cumbre con la intención de convertir Catalunya en un ejemplo de cambios energéticos para reducir la contaminación. Mientras estas buenas intenciones quedarán patentes en la gran manzana, Catalunya va muy retrasada en los cambios necesarios para dejar de depender de las energías fósiles o centrales nucleares. Se anuncian leyes que van al ralentí, se ponen trabas a proyectos ya en marcha o se deja en manos del Estado los macroproyectos eólicos.

Además, se permite eternizar una guerra en Ucrania que amenaza el bienestar de medio mundo. Las palabras y los hechos van, por desgracia, en demasiadas ocasiones, por separado.

Una era que se acaba

Los 500 mandatarios más importantes del mundo asistieron ayer al funeral de Isabel II, la reina de Inglaterra y soberana de todo el Reino Unido. La mitad de la humanidad, unos 4 billones de personas, vieron toda una parte de este acto de estado para el cual el gobierno británico ha gastado una ingente cantidad de dinero en un país, al igual que toda Europa y resto del mundo, inmerso en una profunda crisis económica de incalculables consecuencias.

Es innegable que Isabel II ha sido una de las monarcas más respetadas de las últimas décadas y que ha mantenido viva una institución en franca decadencia. La reina de Inglaterra heredó un imperio y en su adiós justo conservaba algunos territorios de ‘ultramar’, como las Malvinas o Gibraltar, y siguió siendo la máxima autoridad del estado de los países de la Commonwealth, algo meramente simbólico y que tiene fecha de caducidad. Todos los analistas coinciden en que con ella se acaba una era, pero viendo el largo millón de personas que la despidieron por las calles de la capital londinense y la expectación y pleitesía rendida en los medios del mundo entero, sin duda, no lo parecía. 

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