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EL MERCADO LABORAL

Pedir en la calle. ¿Trabajadores invisibles?

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Dice la prestigiosa catedrática de Ética Adela Cortina “el pobre, el que parece que no puede aportar nada positivo al PIB del país al que llega o en el que vive, el que aparentemente no trae más que complicaciones, ese nos molesta.” Caminando desde Alcalde Fuster hasta Alcalde Costa, todos los que nos atrevemos a salir a la calle a mediodía, andamos pegados a las puertas de las tiendas, buscando la respiración asistida. Al pasar podemos ver a varias personas que, en unos casos apostadas en un punto concreto (a las puertas de un supermercado, en los porches del teatro principal, en frente de la oficina de turismo o al comienzo de la calle Sant Antoni) o itinerantes a lo largo de la calle Major, todos piden una limosna que les permita subsistir.

Condiciones ambientales

Diariamente en su puesto como si hicieran una jornada laboral y cada uno desempeñándola de una forma muy personal. Sentado en el banco a la entrada del súper, en el suelo del porche del Teatro Principal, en una silla de ruedas en la calle mayor y en el último eslabón de esa cadena de necesidades, podemos encontrar a uno de los que piden, arrodillado cerca de la catedral, y que por si la propia necesidad de pedir no fuera suficiente, añade su penitencia particular. Observando la respuesta de la gente y comparándola con la mía, seguramente son muy parecidas: darles ocasionalmente alguna moneda y raramente intercambiar alguna palabra. A mí al principio y al verlos me venían respuestas del tipo “si trabajaran como yo no tendrían que pedir”, “¡que se ocupe de ellos la administración ¡que para eso los demás pagamos impuestos!”. Ellos mientras tanto aguantan las condiciones climatológicas extremas que estos días se dan en Lleida y en la mayor parte de las ciudades españolas.

¿Molestan realmente?

Debo confesar que a mí y a diferencia de la profesora de ética, los que están apostados, no me molestan y siempre me pregunto si no habrá habido alguna circunstancia excepcional, propia o provocada, que les haya expulsado de este mundo laboralmente tan competitivo. Creo que al resto de la gente tampoco les molesta.

Quizás me incomoden algo los que son itinerantes, ¡van directamente a por ti! Buscan el cuerpo a cuerpo –pidiéndome dinero para el autobús, o para otra cosa.

Pienso en la razón por la que estos pueden llegar a incomodarme, poniendo a prueba mi solidaridad y obligándome a justificar sí o sí, mientras que a aquellos que esperan a que tome la iniciativa, lo dejan a mi voluntad y mantienen mi conciencia en el anonimato.

¿Volverán después del verano?

A buen seguro, que nosotros haremos vacaciones y cambiaremos trabajo por descanso. Lo que desconozco es lo que harán ellos –aunque puedo imaginármelo–. Paseando el miércoles pasado por BCN, pude ver en la plaza Catalunya una escena idéntica a la de Lleida y muy parecida a la que encontramos en Madrid o en cualquier otra ciudad. Recuerdo la canción de Víctor Manuel sobre el accidente en el pozu mineru: “Pasarán alcaldes, gobernadores e ingenieros”, refiriéndose a la escenografía que se organizaba a la espera de los mineros accidentados. Esperemos que entre todos los que pasamos por cualquier ciudad y alguno más que se sume al itinerario, sea suficiente para que estos pobres tengan agua y solidaridad.

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