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Jordan Gaspar lucha por un balón entre dos jugadores del Lleida en una acción del partido de ayer.

Jordan Gaspar lucha por un balón entre dos jugadores del Lleida en una acción del partido de ayer.AMADO FORROLLA

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Personalmente no creo demasiado en los manuales de autoayuda, pero por lo que se está viendo en el Camp d’Esports deben de ir circulando a manos llenas. ¡Bueno, todos no! Ayer, sin ir más lejos, Diada de Sant Jordi, pudieron comprarse los que aún faltan. Para los hermanos Esteve y Montse Balaguer, por ejemplo, “Hacer amigos no es tan difícil” o “Horarios adecuados para llenar un campo de fútbol”.

A Siviero, por ejemplo, seguro que le hubiese gustado el de “Cómo hacer play off en 38 jornadas” y, a la plantilla, para hacer una lectura compartida, “Los partidos comienzan en el minuto uno y no en el 85”. Pero en cualquier caso, sí que convendría hacer una reflexión sobre este Lleida que se resiste, como gato panza arriba, a cerrar la temporada con la etiqueta de fracaso, y que, lo que son las cosas, sigue luchando todavía por un play off que parecía imposible, después de las últimas derrotas, y que con la victoria ante el Sabadell, unido al resto de resultados de la jornada, está un poquito más cerca. Difícil, mucho. Imposible, casi. Pero aún factible, matemáticamente hablando. Ahí lo tienen. Séptimos, a cinco puntos del cuarto y quinto, y a cuatro del sexto.

Y el sábado, un apasionante Llagostera-Lleida por delante en otra final de todo o nada. El Lleida seguirá vivo mientras siga ganando. Cuando eso no se produzca, aunque sea un empate, entonces, sí, se acabó. Pero algo ha cambiado en el interior del vestuario. Tras unas semanas de reproches –por parte de la directiva y también del técnico– ahora se trasmite la sensación de peña, de colectivo identificado en un proyecto. Para ello solo hace falta analizar las declaraciones de uno de los pesos pesados del vestuario, el portero Álvaro Campos, en la sala de prensa. Su defensa de la unidad del vestuario, sin titulares ni suplentes, como colectivo, y su posicionamiento al lado del técnico argentino, transmiten, cuando menos, ilusión. Y ganas de que el milagro, porque sin duda lo sería, se produzca. De momento, el derecho a soñar todavía existe.

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