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Bojan Radulovic lo intentó durante todo el partido, como en este remate en el primer tiempo.

Bojan Radulovic lo intentó durante todo el partido, como en este remate en el primer tiempo.AMADO FORROLLA

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Punto uno. El público en cualquier espectáculo es soberano y, siempre y cuando no provoque ningún altercado de orden público, es muy libre de mostrar su desaprobación con lo que están viendo sus ojos. Punto dos. La actual directiva del Lleida Esportiu ha hecho, desde que se hizo cargo de club, cosas muy buenas, buenas, regulares, malas y algunas coronadas.

Punto tres. Y aquí entramos en un círculo vicioso del que está resultando, por lo que se ve, imposible de salir. Porque una cosa es demostrar la disconformidad a Albert Esteve y a sus adláteres no acudiendo al campo y otra perjudicar al club, que está siempre por encima de las personas, dejando las gradas vacías en cada partido, salvo en momentos puntuales de la temporada, como la Copa del Rey o el play off de ascenso.

Y eso nos lleva al punto cuatro. De un tiempo a esta parte, sin que afortunadamente por el momento, no pase de ser una anécdota, triste si se quiere, pero anécdota si no pasa a mayores, se está haciendo evidente que, además del absentismo, comienza a haber un cierto distanciamiento entre un sector de los seguidores, que sí van al Camp d’Esports, y los jugadores.

Desde el club ya se ha insinuado, de forma más o menos velada, lo de que “con más gente en el campo estaríamos luchando por subir a Primera y no por subir a Segunda A”. Y también los jugadores han trasmitido idéntico mensaje pidiendo más implicación del aficionado a la hora de animar. Y eso, quiérase o no, provoca roces. En Zaragoza, un sector de los escasos aficionados que se desplazaron a la Ciudad Deportiva maña, se las tuvieron con Moussa cuando estaba calentando en la banda. Ayer en el Camp d’Esports fue con Andriu Hernández que, nada más acabar el partido, se fue hacia el Lateral para recriminar a algunos espectadores que se habían metido con él tras un par de acciones poco afortunadas del defensa. En ambos casos, tras la mediación de los compañeros, la cosa no pasó a mayores y se resolvió con abrazos en plan “aquí no ha pasado nada”. Pero el síntoma es preocupante.

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