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Tim Derksen, perjudicado por los colegiados, lanza a canasta.

Tim Derksen, perjudicado por los colegiados, lanza a canasta.ÒSCAR MIRÓN

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Dirigir equipos es una tarea cada vez más crítica en el mundo actual. Los cambios constantes comportan enfrentarse a una creciente complejidad a la hora de apropiarse de los diferentes roles de grupo. Se tienen que gestionar diferentes variedades de situaciones, edades, multiculturalidad, tiempo, espacio, egos y emociones.

De la dirección tradicional se ha evolucionado hacia una coordinación en la que la delegación y la participación han llegado a ser criterios esenciales. La toma de decisiones pasa a manos de quien posee experiencia. La colaboración de quien puede aportar algo en la solución sustituye las soluciones individuales porque favorece la calidad de la decisión y de su ejecución.

No es suficiente pertenecer nominalmente a un equipo o compartir tareas para que exista realmente equipo. Se tiene que ir más allá compartiendo objetivos y beneficiarse de una acción colectiva. El Força Lleida ha construido un equipo a base de experiencia y juventud con jugadores de casa y foráneos, nacionales y extranjeros, con la vista puesta en la clasificación para los play off. Dispone de una directiva ilusionada y una afición apasionada que nunca da la espalda y asiste con regularidad al pabellón.

La derrota, dolorosa, ante un vulgar Huesca nos sitúa en una zona nebulosa de la clasificación antes de visitar al líder Breogán el próximo viernes en Lugo. La segunda vuelta de la competición prometía buenas sensaciones después de asaltar la isla balear. El equipo está compensado y motivado. Disponemos de dirección, anotación y posiciones interiores con la rotación suficiente –no óptima– para aspirar a algo más que salvar la categoría. Pero jugando así no vamos a ningún sitio. Vamos contra dirección.

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